lunes, 28 de noviembre de 2016

Pequé...¿y ahora qué?


Si estás respirando quiere decir que estás vivo. Si estás vivo es seguro que has pecado. O estás pecando. O vas a pecar. Al decir esto no es porque yo esté deseando que esto pase. Sino porque los humanos vivimos en mundo emponzoñado por el pecado. El pecado existe no sólo a nuestro alrededor sino también, y esta es la realidad más difícil de aceptar, en nuestro interior (Rom. 3:23). Incluso, para quienes estamos en Cristo.

Si estamos en Cristo, eso significa que Él ha pagado por la penalidad de nuestro pecado (Rom. 6:23; 8:1-2). Por medio del Espíritu Santo estamos siendo librados del poder del pecado (2 Tes. 2:13). Pero, un día, en la glorificación y en la venida total de Su Reino, seremos liberados totalmente de la presencia del pecado (Fil. 3:21). Sin embargo, lo que eso significa, es que en este lado de la eternidad lucharemos de forma continua con el pecado remanente en nuestros corazones. Es por esta razón que Pablo nos instruye a que nos vistamos del nuevo hombre (Efesios 4:24).

La lucha con el pecado es algo real que ocurrirá en nuestro caminar diario (Rom. 8:12-13). Nuestra lucha contra el pecado estará marcada por victorias. Confiamos en que la gracia del Señor nos sostiene y la mano del Espíritu nos llevará a salvo hasta el día que Cristo venga. Pero, también, en algunas ocasiones, más de lo que estamos dispuestos a admitir, experimentaremos derrotas. Así que, por esto, quiero compartir contigo tres sugerencias para levantarte después de haber caído en pecado.

1. Reconoce que has pecado. Pretender que todo está bien no anula la realidad del pecado que cometiste. Es más, una de las tantas cosas que hace es que alarga el proceso de restauración. Seguirás comiendo algarrobas para cerdos si sigues negando tu pecado. La restauración comienza al quitarnos la máscara. La Biblia enseña que "quien cubre sus pecados no prosperará. Más quien los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia” (Prov. 28:13).

Tal vez no quieres admitir que pecaste porque tienes miedo de lo que eso haría a la imagen que intentas proyectar hacia los demás. Sin embargo, ¿de qué le vale a un hombre ganar una buena reputación e imagen y perder su alma? El primer paso para curarse es admitir que uno está enfermo. Reconoce tu pecado. No te justifiques.

2. Cambia tu mente hacia el pecado. Puede que muchos no tengamos ningún problema en reconocer el pecado que hemos hecho. Pero, seguimos pensando de la misma manera con respecto a él. Podemos reconocer nuestras transgresiones, pero seguirlas amando al mismo tiempo. Debemos ver el pecado por lo que realmente es: una alta traición y rebelión ante el Soberano Creador del Universo que, en su infinita gracia, ha decidido llamarnos Sus hijos. El pecado es un suicidio espiritual. Es cauterizar la mente. Nos volvemos leprosos arrancando pedazos de nuestra misma piel. 

No hay nada más deshumanizante que el pecado. Y debemos verlo como Dios lo ve: aborreciéndolo. La palabra bíblica para esto es "arrepentimiento." En el idioma original el vocablo es "metanoia", que, esencialmente, significa cambiar de mentalidad y retornar en el camino acerca de algo. Cuando nos arrepentimos de verdad, estamos cambiando la manera en que pensamos acerca del pecado. Reconozcamos nuestro pecado y cambiemos la manera en que pensamos sobre el a través del arrepentimiento. Porque el reino de Dios ha venido (Mat. 3:2).

3. Contempla a Jesús. Puede ser que cuando pensamos en restaurarnos después de haber pecado, lo primera idea que se nos viene a nuestra mente es "esfuerzo." Esto es cierto, en gran medida. Debemos estar vigilantes hacia aquellos pecados que eventualmente pueden enfriar nuestro corazón. Debemos esforzarnos y estar alertas. Pero, es importante que dirijamos bien nuestros esfuerzos. Debemos esforzarnos en enfocar nuestra mirada en Jesús. Dios transforma nuestras vidas no cuando decidimos "portarnos bien" sino cuando determinamos poner la mirada de nuestros ojos espirituales en la belleza y la majestad de Jesús. 

Ese es el camino para la restauración después de haber pecado y para la liberación progresiva del pecado mismo (2 Cor. 3:18). Porque cuando vemos la hermosura de Dios en Cristo, al mismo tiempo vemos lo horrible que es el pecado. El famoso predicador londinense Charles Spurgeon solía decir: "Cuando el pecado se vuelve amargo, Cristo comienza a sentirse dulce." De la misma manera, cuando vemos que Dios es hermoso, comenzamos a repugnar el pecado.

Luís Luna Jr.

Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente por Abba.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Una actitud de gratitud


¿Has estado al lado de alguien que se queja siempre? ¡Que duro que es! ¡Soportar su verborrea negativa! ¡Ver siempre la manera en cómo contentarlos y cumplirles sus caprichos porque de lo contrario no se callaran! ¡Hay gente con la que simplemente nunca se queda bien!

Algunos se quejan porque hace mucho calor. Otros se quejan porque hace mucho frío. Algunos se quejan porque la música está muy bajita. Otros porque está demasiado estridente. 

Algunos se quejan porque tienen mucho tiempo de trabajar y no les han aumentado el sueldo. Otros se quejan porque les aumentaron el sueldo y ahora tendrán que pagar más impuestos. 

Algunos se quejan porque no soportan ya la vida de soltero y quieren casarse. Otros se quejan porque no soportan la vida de casados y quieren regresar a estar solteros.

Todos nosotros en algún punto de nuestra vida nos hemos quejado. O nos vivimos quejando. La ironía del comienzo de este artículo es que inicié quejándome de la gente que se queja. Entonces, creo que eso automáticamente me convierte en alguien igual a las personas de las que me estoy quejando, ¿no?

Pero, Dios no quiere que nuestras vidas estén marcadas por un corazón quejumbroso. Todo lo contrario, Dios espera que caminemos con un espíritu agradecido.

Porque una actitud de gratitud abre las puertas a la plenitud.

La manera en cómo desarrollamos un espíritu de gratitud es a través de la práctica del agradecimiento. Esto es: continuamente agradecer a Dios por todo lo que proviene de su mano. Esto no quiere decir vamos a agradecer hipócritamente, sin sentir lo que estamos expresando. La gratitud fingida es esencialmente, al fin y al cabo, mera ingratitud. 

Pero, en ocasiones no necesitamos sentir el deseo de algo para realizar la acción. Sino, más bien, cuando decidimos hacer algo por convicción el sentimiento se une después. Aunque no “sintamos” ser agradecidos, si decidimos ser agradecidos entonces el "sentimiento" de gratitud nos acompañará después.

Pero, ante todo esto es importante que nos preguntemos porque es necesario cultivar un corazón agradecido en primer lugar.

La gratitud sustituye al pecado. Ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias." (Efesios 5:4).

Las palabras que hablamos evidencian el contenido que llena el corazón que cargamos. Si nuestras palabras están marcadas por negativismo, quejas y reclamos entonces eso significa que nuestro corazón está seriamente descontento. Y por consiguiente, el círculo vicioso es reforzado. Ósea, un corazón descontento expresa palabras negativas que a su vez refuerzan el malestar de un corazón que ya estaba inconforme en primer lugar.

Hablar con negativismo es algo malo no porque los libros de auto-ayuda y de psicología popular lo condenan, pues nos impiden "cumplir nuestras metas." En realidad, el asunto es más profundo que eso. Dejar de ser agradecido, o ser mal-agradecido, es un síntoma que indica una patología más peligrosa: la incredulidad en el carácter bondadoso de Dios. 

Un cristiano con un corazón quejumbroso es, en primera instancia, alguien que no cree que Dios verdaderamente cuida de sus hijos. No lo expresaríamos de esta manera tan cruda. Pero, esa es la música de fondo que suena en el corazón de una persona que se pasa la vida quejándose.

Si somos malagradecidos significa que primero fuimos incrédulos. No creemos, o creemos parcialmente, que Dios es bueno y que cuida de nosotros. Y todo lo que proviene de la incredulidad es pecado (Rom. 14:23). Vivir con una mentalidad quejumbrosa, no sólo es señal de incredulidad, sino que también asfixia el proceso de ver las cosas desde una perspectiva celestial. La vela de la esperanza y el optimismo se apagan por el viento implacable de las quejas. El pecado se nutre de la incredulidad y crece en la oscuridad. Por consiguiente, un corazón quejumbroso está más propenso a vivir en pecado.

Es en vista de esto, que tenemos la necesidad de cultivar un corazón agradecido. Porque cuando lo hacemos nos estamos poniendo lentes de optimismo. Estamos viendo al mundo de la manera en que Dios lo ve.  Los cristianos, de todas las personas, deberíamos ser los más agradecidos, optimistas y llenos de esperanza. Porque nuestro optimismo no es ingenuo y frágil, basado en nuestros impulsos intermitentes de hacer el bien. Sino, sólido y bien fundamentado, basado en la revelación de un Dios que está haciendo nuevas todas las cosas.

La esperanza escatológica de un cielo nuevo y una tierra nueva deben llenarnos de agradecimiento por lo que Dios hará. Un corazón distinguido por el agradecimiento a un Dios que cumple sus promesas es terreno fértil para que crezcan las flores de la piedad en lugar de la maleza del pecado.

¿Agradecido en todas las circunstancias? Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18).

Muchos leyendo esto sienten que tienen derecho a quejarse. Porque las personas los han tratado mal. O la vida les ha jugado una mala carta. Es fácil sentirse agradecido cuando todo está bien. Cuando lo que emprendamos da resultados. Cuando la familia está unida. Cuando las cuentas están pagadas. Pero, ¿qué pasa cuando todo se desmorona? ¿Qué ocurre cuando, a simple vista, no hay ninguna razón lógica por la que deberíamos estar agradecidos?

¿Qué pasa cuando sentimos que tenemos todo el derecho de quejarnos después de lo que hemos sufrido? Es importante entender que Dios no te llama a negar la, a veces, cruda realidad que rodea tu vida. La fe bíblica no niega lo que es. 

Al contrario, al negar lo que realmente es estamos removiendo el escenario para que Dios haga lo que sólo Él puede hacer. Es como si estuviéramos sentados frente a un médico y juráramos que no hemos estado teniendo los síntomas respectivos de un tumor maligno.

Sin embargo, la verdadera fe bíblica es creer que la realidad de Dios puede invadir la realidad aquí en la tierra y transformarla para Su gloria. Cuando creemos esa verdad entonces estamos comenzando a ver el mundo a través de los lentes de Dios. Con los ojos de la fe. 

Y sólo cuando vemos al mundo con los ojos de la fe es que podemos estar agradecidos ante cualquier tipo de circunstancia. Creemos en lo que Dios puede hacer y creemos en lo que Dios ha prometido hacer. ¿Por qué? Nuestra confianza en lo que Dios promete descansa en que Él ha cumplido lo que ha prometido en el pasado.

Del cumplimiento de las promesas pasadas dependen la certeza de nuestra fe en el futuro y nuestra gratitud en el presente. ¿Y cómo podemos estar seguros que Dios cumple sus promesas? Viendo la cruz. Mucho se puede decir sobre las razones por las que Dios permite el mal. Pero, una de las razones que con seguridad podemos afirmar que NO es, es esta: Dios es indiferente al sufrimiento y al mal en el mundo. Eso no es cierto. 

De hecho, Dios mismo ha pasado por los niveles de dolor y sufrimiento más grandes que alguien haya podido experimentar siendo brutalmente asesinado en una cruz romana. La cruz, al igual que la tumba vacía, son las evidencias más grandes que Dios cumple lo que promete. Las promesas del Antiguo Testamento sobre un Redentor que salvaría el mundo a través de su propio sufrimiento se llevan a cabo en la vida y obra de Jesús.

Por eso, ahora a la luz de estas verdades nosotros caminemos con seguridad. Pues estamos siendo sostenidos por las mismas manos que diseñaron el cosmos y fueron clavadas por nosotros. Pase lo que pase y venga lo que se venga, podemos tener una actitud de gratitud. Porque aunque no tengamos el control de las cosas, somos inmensamente amados por Aquel que sí lo tiene. Y por eso, gracias Dios.

-Luís Luna Jr.

Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

martes, 22 de noviembre de 2016

No desperdicies tu dolor


El recuerdo está fresco. Recién había salido del trabajo e iba bebiendo un sorbo de un café mocca, cuando de pronto mi mamá me envió un mensaje que la llamara por algo que era urgente. Y vaya que sí resultó serlo.

Mi mamá me informó que los doctores habían desahuciado a mi abuela. Ningún tratamiento u operación impedirían el avance implacable de su enfermedad. Lo único que quedaba, era esperar su inevitable muerte. Que en efecto llegaría unos días después del fatídico diagnóstico.

La noticia me golpeó más porque en ese momento todo me estaba saliendo bien. Estaba avanzando en mis estudios, viendo frutos en el ministerio de jóvenes y teniendo buenos resultados en mi trabajo. Pero, de un momento a otro, fui sacudido. Los días antes y después de su muerte fueron difíciles. 

Especialmente porque sentí que Dios actuó injustamente con mi abuela. Ella era el tipo de persona que siempre estaba dispuesta a servir al Señor y a su obra. Casi todos los fines de semana ella estaba involucrada en una actividad para recaudar fondos para la iglesia a la que ella pertenecía. Ella tenía la costumbre de ofrecer comida a quien llegara a visitarla. Por eso, su casa estaba lleno de gente que yo no conocía. Porque ellos sabían que la hermana Josefa no los iba a dejar ir con hambre.

En verdad fueron días duros. Mis ojos todavía se humedecen cuando recuerdo lo que pasó. Es sorprendente como la vida destruye la falsa ilusión de que tú tienes el control de las cosas.

Tal vez no has perdido a un ser amado, pero has atravesado algo similar. Puede ser que conozcas lo que significa que tu mundo se derrumbe. O lo que es peor aún, puede que en este momento tu vida se esté derrumbando y no hay nada que puedes hacer al respecto.

Tal vez invertiste energía, recursos y tiempo en lanzar una iniciativa empresarial, sólo para saborear el fracaso amargo y querer renunciar a todo.

A lo mejor iniciaste el ministerio con ganas de cambiar el mundo. Pero, sentiste el dolor de la traición por parte de quienes prometieron ayudarte a cumplir la visión de Dios para la iglesia.
Es probable que te ilusionaste en una relación amorosa. Y todo era color de rosa. Hasta que te diste cuenta que jugaron contigo.

Cuando estás pasando por cosas como estas hay algo que es seguro que no deseas escuchar: Consejos simplistas de parte de quienes  no tienen la menor idea de cómo te sientes.

Atravesar estos desiertos es difícil. Atravesarlos por nuestra propia cuenta lo hace peor.
Pero, Dios no quiere que este sea el caso. De hecho, en su providencia, Dios nos ha dado la iglesia como una familia sanadora y como una comunidad solidaria. Por favor lee bien lo que estoy a punto de decir: Uno de los propósitos de Dios para la iglesia es que en ella encontremos un oasis de amor, esperanza y solidaridad en el desierto de nuestras tragedias.

 El apóstol Pablo entendió esto. 2 Cor. 7:5-7 relata lo siguiente:
Pues aun cuando llegamos a Macedonia, nuestro cuerpo[a] no tuvo ningún reposo, sino que nos vimos atribulados por todos lados: por fuera, conflictos; por dentro, temores. 6 Pero Dios, que consuela a los deprimidos[b], nos consoló con la llegada de Tito; 7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo con que él fue consolado en vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto[c], vuestro llanto y vuestro celo por mí; de manera que me regocijé aún más.

Pablo confiesa con libertad la depresión que pasaron. Sin embargo, por importantes que son los medios de gracia para fortalecer nuestra fe, la provisión de Dios a Pablo fue a través de Tito. Pablo y los suyos estaban en crisis; pero, fueron consolados cuando llegó Tito.
Pablo relata que Tito le hizo saber que los corintios "lloraban por él." Y esto fue causa de regocijo en el corazón del apóstol.

En ocasiones, es común ver el dolor de otros y de inmediato disponernos a decirles lo que está mal y cómo deben cambiarlo. Está bien querer ayudar. Pero, también existe el riesgo de querer aconsejar a los que lloran sin primero llorar con los que lloran. Demasiadas veces queremos sonar expertos en cosas que ni siquiera hemos atravesado. Cuando alguien está interesado en nada más dispensar sabiduría, pero no siente el dolor de quien está recibiéndola, el consejo puede ser bueno. Pero, permanece en la superficie del corazón de quien lo recibe.

Por eso, la única manera de sentir, en verdad, el dolor de quien se desmorona frente a tus ojos es que tú hayas sido previamente desmoronado por eso mismo también. Un tiempo atrás mi mamá estuvo hospitalizada y pasó varios días en la clínica. Mi papá y yo nos turnamos para cuidar de ella durante la noche. La mayoría del personal médico cuidó bien de ella. Excepto por algunas de las enfermeras. Me imagino que era el cansancio físico y emocional de estar cuidando a tanta gente durante largos turnos. A pesar de esto, hubo una enfermera que atendió a mi mamá de una forma tan especial que arrestó mi atención.

En lo que fuese, ella siempre daba la milla extra para que mi mamá estuviera cómoda durante su estadía en la clínica. Un día me le acerqué para agradecerle por lo que hacía por mi mamá. Sé que, en parte, era su trabajo pero lo hacía tan genuino. Ella me contestó: "No se preocupe. Hace algunos meses atrás yo estuve hospitalizada por la misma razón que su mamá está hospitalizada. Así que sé muy bien como ella se siente y como necesita ser atendida."

Dios te permitirá atravesar episodios que no entenderás al principio para que brindes amor, solidaridad y empatía a quienes están atravesando el desierto que tú ya pasaste. Porque, ¿quién es la persona más adecuada para solidarizarse con una joven sufriendo de anorexia que alguien que haya atravesado por eso?

¿Quién es más indicado para ministrar a un joven pastor desanimado que alguien que ya haya sentido de primera mano lo duro que puede ser el corazón del pueblo de Dios en muchas ocasiones?
¿Quién puede a ayudar a una joven que haya sufrido abuso sino alguien que haya pasado por el mismo infierno?

Aún el apóstol que escribió casi la mitad del Nuevo Testamento y plantó iglesias por todo el Mediterráneo necesito del consuelo y la solidaridad de alguien. De la misma forma, Dios quiere que nosotros brindemos y recibamos amor, empatía y solidaridad a través de nuestra iglesia local.  No tengo idea de cómo mi familia hubiera atravesado el duelo después de la muerte de mi abuela de no haber sido por el consuelo, la solidaridad y el amor que recibimos por parte de nuestra iglesia local.

En Jesús, Dios no sólo se solidariza con nuestra condición. Sino que encarna nuestra realidad. Ese es el milagro de la Encarnación, según Atanasio: “El hijo de Dios se volvió hombre para que los hombres se volviesen en hijos de Dios.”

Hemos recibido gracia para brindar gracia a otros. Hemos recibido consuelo para consolar a otros. Hemos recibido solidaridad para solidarizarnos con otros. En Cristo, Dios se da a nosotros para que nosotros nos demos a los demás.

-Luís Luna Jr.

Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

lunes, 21 de noviembre de 2016

6 Estrategias Para Luchar Contra El Orgullo


Dios es quien se encarga de edificar Su obra. Y lo hace otorgando diferentes tipos de dones y habilidades a diferentes tipos de personas. Si por su gracia Dios te ha dotado sobrenaturalmente para algunas tareas específicas de Su Reino, las personas se acercarán para felicitarte y afirmarte. Y aunque este no sea el impulso que te mueve a hacer las cosas, es necesario que tu espíritu se mantenga vigilante a lo que puede ocurrirle a tu corazón al recibir aprobación humana.

No hay nada de malo en expresar admiración por lo que Dios hace a través de otros. Muchas veces siento que un sermón ha salvado mi vida. Y en la manera que puedo, intento expresar mi agradecimiento y admiración hacia la persona que Dios usó para edificarme.

Muchos obreros están haciendo una labor fenomenal. Pero, a la vez, caminan desanimados. Porque casi nunca reciben afirmación de parte de aquellos a quienes sirven fielmente. Por eso, cuando puedas, agradece y felicita a las personas que Dios usa para asistirte en tu caminar con Jesús.

Sin embargo, el fin de este artículo es ayudarte cuando recibas felicitaciones o afirmación de otros por lo que haces en el Reino de Dios. La aprobación humana puede intoxicar el corazón. Y al igual que muchas sustancias tóxicas, nos podemos volver adictos a ella si no tenemos cuidado. Una señal de esto, por ejemplo, es cuando sentimos que los demás están obligados a darnos un "like", "retweet" o una palmada en el hombro después de haber bateado lo que nosotros pensamos fue un "home run."

En nuestro caminar, la clave para crecer más en conformidad a Cristo radica no en controlar o domesticar nuestro ego. Sino en atravesarle una espada para matarlo. Una y otra vez. Y las veces que sean necesarias. Al compartir este artículo, en ninguna manera pretendo haber vencido en totalidad este tipo de pecado. Pensar eso sería suicidio para mi alma. Sino que en mi lucha contra la arrogancia remanente en mi propio corazón, que no es poca, me encontré con las siguientes recomendaciones prácticas del pastor John Piper. Creo que son útiles. 

Si bien es cierto el orgullo se manifiesta de muchas formas, estas dagas son más efectivas contra la arrogancia naciente en un corazón que se quiere acostumbrar a ser alabado:

1. Recuerda que no eres auto-existente; sólo el Dios trinitario lo es. Sólo Dios es absoluto. Tú eres contingente. Recuerda que eres dependiente de Dios en tu origen, presente y futuro. Recuerda esto y medita en esta verdad.

2. Recuerda que eres por naturaleza un pecador depravado y que en todo tu pecado has tratado a Dios con desprecio, prefiriendo otras cosas en lugar de su gloria. Recuerda que no hay nada bueno que hayas hecho que no requiera arrepentimiento. Todas tus buenas obras están, de alguna manera, manchadas por el pecado. Cada una tiene algún grado de error porque Dios demanda perfección. Y por eso, Dios no te debe nada más que dolor en esta vida y en la venidera. Todo lo bueno que tienes a tu alrededor, entonces, es una obra de gracia y no por tu propio mérito.

3. Medita en la realidad que tú condición era tan desesperada que sólo pudo ser remediada por la horrible muerte del hijo de Dios, quien llevó tu pecado y proveyó tu justicia. Y gózate en el perdón y justicia que ahora es tuya en Jesús.

4. Renuncia a todos los deseos de fama y notoriedad cuando sientas que se levantan en tu corazón diciendo: "¡No! En el nombre de Jesús salgan de mi cabeza." Y voltea tu mente con frescura hacia la belleza, verdad y valor de Cristo.

5. Trata de recibir toda crítica, ya sea de amigo o enemigo, asumiendo que casi siempre hay algún grado de verdad del cual te puedes beneficiar. "Sé pronto para oír, tardo para hablar y tardo para airarse." -Santiago 1:19.

6. Trata de acudir a escritores cristianos de siglos anteriores que conocían a Dios en profundidades que la mayoría de nosotros, gente moderna, somos incapaces de conocer.


*En lo personal, he sido redargüido, confrontado y edificado por los escritos de los Padres del Desierto del siglo IV y los predicadores puritanos del siglo 17.* 

-Luís Luna Jr. 
Pecador rescatado por Gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

Puedes encontrar todas las recomendaciones del pastor John Piper haciendo click aquí

jueves, 17 de noviembre de 2016

Más que luces y humo: el requisito indispensable en el ministerio juvenil






Comencé a servir en el ministerio de jóvenes a temprana edad. Pero, rápido me di cuenta de las cosas, o las presiones, con las que un pastor de jóvenes tiene que lidiar de forma continua. Si has estado en el ministerio juvenil por algún tiempo, tienes una idea de las presiones que estoy hablando. Algunas de ellas, claro, no son exclusivas al ministerio juvenil, sino que toda persona que sirve de alguna manera en el ministerio de forma vocacional las atraviesa de manera regular. Pero, algunas son muy características de la pastoral de la juventud.

Por un lado, están los adultos, algunos amables y con buenas intenciones, que siempre quieren decirte lo que tienes que hacer con los jóvenes. Eso no está del todo mal. La biblia dice que muchos consejos traen sabiduría. Pero, pareciera que algunas personas simplemente nunca están satisfechas. O los jóvenes hacen muy poca acción social. O se proyectan demasiado con la comunidad. O son demasiado ruidosos. O no son lo suficiente “enérgicos.”

Por otro lado, está la presión de ser continuamente creativo e innovador. Dios no permita que lleves a cabo una actividad que has hecho tiempo atrás. Estás arriesgando la vida de tus jóvenes y orillándolos a que se vayan al mundo. O lo que es peor: a otra iglesia con un ministerio de jóvenes más "trendy."

Tal vez escuchaste que "debemos cansar a los jóvenes haciendo cosas buenas porque están llenos de energías que pueden usar en cosas malas." Reconozco la buena intención detrás de esta forma de pensar. Pero, si somos honestos, a veces, en respuesta este paradigma, los pastores de jóvenes queremos inventar el agua caliente en cada reunión, ¿no es cierto?

También, existe la presión de ser culturalmente relevante. Aunque este término suene atractivo, en muchos casos, lo que de verdad significa es que debemos tener luces y humo en el escenario. Y nuestros campamentos deben tener nombres en inglés que al resto le cuesta pronunciar.

La cultura contemporánea exige varios requerimientos de aquellos que tienen la gran tarea de liderar a la juventud en la iglesia local. No debemos quejarnos. Sino, aprovechar la oportunidad para adaptarnos y crecer. Los tiempos han cambiado. Y siempre seguirán cambiando. No debemos ignorar esto. Necesitamos adaptarnos. Esto, claro está, no quiere decir que cambiemos el contenido del mensaje del evangelio. Pero sí los métodos que usamos para comunicar el contenido del mensaje.

Aunque la lista de requisitos puede continuar, vale la pena preguntarse: ¿Qué es lo que Dios requiere de los pastores de jóvenes? Pablo, el apóstol, inspirado por Dios, escribe a dos pastores jóvenes: Timoteo y Tito. Ambos ministraban en ciudades grandes y paganas. Las cartas a Timoteo y Tito son conocidas como las epístolas pastorales. Porque en ellas Pablo les aconseja a estos pastores jóvenes sobre como conducirse en sus vidas personales y ministeriales.

Así que, si la conversación sobre los requerimientos que debe cumplir un pastor de jóvenes nos interesa, debemos ver que es lo que dice al Dios al respecto, ¿no?
En 1 Timoteo 3, Pablo enumera los requisitos que debe cumplir todo aquel que sirve en el ministerio pastoral. Y sí, esto incluye a quienes estamos en el ministerio de jóvenes:

Palabra fiel es ésta: Si alguno aspira al cargo de obispo[a], buena obra desea hacer. 2 Un[b] obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, 3 no dado a la bebida[c], no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. 4 Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad 5 (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?); 6 no un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el[d] diablo. 7 Debe gozar también de[e] una buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo.


Hay algo interesante en esta lista. Y es esto: la descripción que Pablo hace incluye más rasgos de carácter que muestras de talento. De hecho, la única habilidad que aparece nombrada aquí es que quien anhela ministerio debe “ser apto para enseñar.” En otras palabras, Dios está diciendo que el ministro debe tener un carácter sólido más que un conjunto de habilidades fuera de serie.

Dios está más interesado en tu integridad que en tu habilidad. Esto no quiere decir que el talento, las habilidades y muchas otras virtudes no contribuyan a que tu ministerio juvenil sea efectivo. Tú tienes talentos que te hacen único. Fue Dios quien te los dio. Y Él quiere que los uses en el lugar en donde estás.

Pero, más que manos hábiles, más que una mente brillante, Dios busca integridad de carácter.

Las habilidades son aprendidas. El carácter es formado. Está bien que tengamos las actividades y los juegos más divertidos en nuestros campamentos o retiros. Está bien que nuestras reuniones sean llamativas con luces, humo y música que supere los 1000 decibeles. Está bien que hayamos leído todos los libros de Lucas Leys y no faltemos a las conferencias de Especialidades Juveniles. 

Pero, Dios quiere integridad. Esto significa que tus hechos sean consecuentes con tus palabras. Esto significa cumplir con lo prometido aunque el estado de ánimo en el que lo prometiste haya cambiado. Esto significa ser de una sola pieza: ser la misma persona cuando la gente te ve y cuando la gente no te ve.

La razón por la que Dios quiere formar integridad en tu carácter antes de llenarte de habilidades es simple: quien eres cuando nadie te ve determina cuán lejos llegarás. De lo contrario, si te enfocas más en perfeccionar tus talentos antes de formar tu carácter entonces tus habilidades te llevarán a lugares en donde tu carácter no te podrá sostener. Y eventualmente, colapsarás.

Pueden haber líderes juveniles clamando para que Dios les de multitudes. Por una cosecha de almas sobrenatural. Estas no son cosas malas de pedir. El hecho que las pidamos puede ser muestra de un corazón apasionado por almas. Pero, antes de bendecirte con crecimiento ministerial Dios quiere formarte con integridad en tu vida personal.

¿Permitiremos al Espíritu Santo que nos haga más parecido a Jesús?

-Luís Luna jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

martes, 15 de noviembre de 2016

Una visión teológica sobre el fútbol




El fútbol forma una parte importante del tejido social que compone a la cultura hondureña. Esta es algo que pocos se atreverían a debatir. Claro, el hecho que seamos una nación apasionada por el fútbol no significa necesariamente que sobresalgamos en el fútbol. Nuestro desborde de fervor no siempre corresponde a nuestro despliegue de calidad.
Hoy una vez más, la selección nacional nos dio un triunfo. Aunque algunos estaban desilusionados después de la derrota pasada, un gane como el de hoy hace que la afición del equipo de todos vuelva a soñar en la mira a Rusia 2018.

El deporte y la religión son elementos universales que se encuentran presentes en casi todas las civilizaciones humanas a lo largo de la historia. A pesar de eso, la Iglesia necesita mejorar enseñando una visión integradora, y no fragmentaria, de la perspectiva cristiana hacia la vida entera. Y eso incluye, el fútbol.

La mayoría de los cristianos caen en dos extremos en relación con el fútbol:

1. El fútbol como algo meramente secular. 
Muchos aseveran que el deporte debe ser visto como algo secular. Como un elemento ajeno a la sub-cultura cristiana. Tanto así que, Dios no debe ser metido en el deporte porque "a Él no le interesa y no tiene nada que ver en esas cosas." Pero, esta perspectiva, lejos de ser bíblica, es más platónica que cristiana en su naturaleza. Platón, filósofo griego, dividió la realidad en dos categorías: el mundo de las ideas y el mundo de la materia. Este paradigma infiltró gran parte del pensamiento de la iglesia cristiana por mucho tiempo. 

Tanto así que vemos remanente de ello hoy cuando los cristianos hacen distinciones innecesarias y no-bíblicas entre lo sagrado (mundo espiritual) y lo secular (mundo natural).

Pero, la Escritura nos muestra algo diferente. Y mucho más hermoso. El libro de Génesis relata la historia de cómo Dios puso a Adán y Eva, nuestros primeros antepasados, a gobernar y a enseñorear sobre la tierra. Esta orden significó que Dios le estaba pidiendo a Adán y a Eva que hicieran "cultura" con lo que Dios había puesto a su disposición en el jardín del Edén. Pero, este mandato tiene diferentes facetas. Dios le comanda a Adán que no sólo desarrolle la creación sino que se deleite en la creación (Gen. 2:16-17). 

Dios nos está diciendo que Él creó el mundo no sólo para que vivamos en el o para que trabajemos en el sino también para que encontremos deleite sano en el. En otras palabras, Dios quiere que seamos buenos mayordomos de su creación. Pero, que también nos divirtamos con su creación. Dios se deleita cuando nos divertimos en lo que Él diseñó.

Y casi todas las culturas han expresado este deseo instintivo de divertirse practicando una variedad de recreación deportiva. Entonces, cuando nosotros practicamos un deporte o cuando nos deleitamos viendo el desarrollo de una gesta deportiva, estamos siendo obedientes al mandato de Dios de deleitarnos en su creación. Y esto trae gloria a Dios. 

Por eso, un jugador que se deleita pateando un balón glorifica a Dios de la misma manera que un predicador enseñando la biblia a su congregación. Ninguna cosa es más sagrada que la otra. Y si te sientes algo ofendido y lo tomas como una blasfemia, está bien. Pero, necesitas darte cuenta que tu pensamiento está siendo más influenciado por Platón que por Jesús en este asunto. El fútbol, entonces es más que "un simple juego."

2. El fútbol como algo supremo. 
No quiero herir ninguna sensibilidad aquí, pero el fútbol es el deporte rey. Cuando Luís Omar Tapia dice: "Arrancan los 90 minutos del deporte más hermoso del mundo", ese hombre está hablando la verdad. Está bien, pueden escribirme en los comentarios porque estoy equivocado, pero es sólo mi opinión. Y por lo cual, estoy en lo cierto. Es broma.

Si bien es cierto el fútbol es hermoso, porque entre otras cosas, es algo que los humanos hemos hecho con los recursos y facultades que Dios soberanamente ha puesto en la humanidad. Pero, tampoco podemos ignorar como la realidad del pecado ha afectado todo lo que nosotros somos. Y por consiguiente, todo lo que nosotros hacemos. Eso incluye, claro está, el deporte. Las manchas del pecado en el deporte son evidentes en los humanos que participan en el, aficionados y jugadores respectivamente. 

En los aficionados, el pecado se manifiesta cuando hacemos del deporte algo supremo y lo elevamos a un lugar en el que no debe estar. Una cosa es estar apesarado porque tu equipo perdió.

Pero, es algo diferente que la perspectiva de tu vida se desbarate porque tu equipo no tuvo un resultado favorable. De ser así, la lealtad a tu equipo o jugador predilecto ocupa, funcionalmente, el lugar que Jesús debe llenar en tu corazón. 

También, el hecho que vayamos al estadio como medida catártica desquitando nuestra ira acumulada contra los jugadores, director técnico y, sí como casi siempre suele suceder, con el árbitro, es una señal que buscamos el cumplimiento de nuestras esperanzas frustradas en once hombres que son meros humanos propensos a defraudarnos.

Por parte de los jugadores el pecado se  muestra dentro de la cancha como fuera de ella. Cuando un jugador lesiona a otro a propósito, cuando un delantero hace un clavado dentro del área chica para que le marquen penal y cuando el equipo le recuerda al árbitro su progenitora, estamos viendo la naturaleza pecaminosa obrar dentro de la cancha. También, cuando los jugadores se dopan para tener un mejor desempeño y cuando los partidos son amañados vemos al pecado obrar fuera de ella. 

Sí, claro el deporte es algo hermoso. Es un diseño creacional que Dios nos permite, nos ordena, incluso disfrutar. Pero, el pecado también puede afectarlo. Por eso, si bien es cierto, el fútbol es más que un juego. Pero, menos que Dios.

¿Cómo, entonces, debemos ver los cristianos el fútbol?

Así como el pecado ha afectado todas las áreas de nuestra vida, el evangelio también nos redime de forma integral. Cristo hace nueva todas las cosas. Y transforma quien nosotros somos y lo que nosotros hacemos en respuesta a quien somos.
Nuestra realidad vertical teológica tiene implicaciones horizontales sociológicas sobre la manera en que “hacemos” cultura y deporte. 

Todo lo que hacemos es influenciado e informado por el evangelio. Esto quiere decir que el evangelio nos da una nueva identidad para participar y deleitarnos en los deportes. Nuestra identidad no depende de los resultados después de un juego. Sino, que está asegurada en Jesús.

Los resultados favorables o desfavorables no determinan, por tanto, el valor intrínseco de cada individuo. Tanto de los que somos espectadores como de los que son jugadores.
Y si esto es cierto, entonces la nueva identidad en Cristo también significa una nueva ética para la vida entera, incluyendo nuestra participación en el deporte, como espectadores y participantes. 

Considerando que los resultados de un partido no ponen en tela de juicio nuestro valor delante de los ojos de Dios, los deportistas cristianos pueden, y deben, jugar honestamente. Con integridad. Porque es en vano engañar al sistema con el fin de obtener un resultado favorable. Porque si ganar significa tener que hacer trampa, entonces la victoria es ilusoria.

También a la luz de esta realidad, como espectadores cristianos del deporte, nuestras pasiones deberían estar dirigidas a disfrutar de el, sin ponerlo en un lugar en donde no pertenece.

Ninguno los muchachos de nuestra selección nacional puede soportar el peso de una nación que, en ocasiones, lo que exige no son jugadores sino salvadores que traigan expiación por los flagelos que atraviesa la población. 

Por eso, ver al fútbol, o a todos los deportes en ese caso, a través de los lentes del evangelio es la única manera de disfrutar saludablemente un regalo de Dios sin crucificar ni idolatrar a nuestro equipo después de un resultado.

-Luis Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.