¿Has estado al lado de alguien que se queja siempre? ¡Que
duro que es! ¡Soportar su verborrea negativa! ¡Ver siempre la manera en cómo
contentarlos y cumplirles sus caprichos porque de lo contrario no se callaran! ¡Hay gente con la que simplemente nunca se queda bien!
Algunos se quejan porque hace mucho calor. Otros se quejan
porque hace mucho frío. Algunos se quejan porque la música está muy bajita.
Otros porque está demasiado estridente.
Algunos se quejan porque tienen mucho
tiempo de trabajar y no les han aumentado el sueldo. Otros se quejan porque les
aumentaron el sueldo y ahora tendrán que pagar más impuestos.
Algunos se quejan
porque no soportan ya la vida de soltero y quieren casarse. Otros se quejan
porque no soportan la vida de casados y quieren regresar a estar solteros.
Todos nosotros en algún punto de nuestra vida nos hemos
quejado. O nos vivimos quejando. La ironía del comienzo de este artículo es que
inicié quejándome de la gente que se queja. Entonces, creo que eso
automáticamente me convierte en alguien igual a las personas de las que me
estoy quejando, ¿no?
Pero, Dios no quiere que nuestras vidas estén marcadas por
un corazón quejumbroso. Todo lo contrario, Dios espera que caminemos con un
espíritu agradecido.
Porque una actitud de
gratitud abre las puertas a la plenitud.
La manera en cómo desarrollamos un espíritu de gratitud es a
través de la práctica del agradecimiento. Esto es: continuamente agradecer a
Dios por todo lo que proviene de su mano. Esto no quiere decir vamos a
agradecer hipócritamente, sin sentir lo que estamos expresando. La gratitud
fingida es esencialmente, al fin y al cabo, mera ingratitud.
Pero, en ocasiones
no necesitamos sentir el deseo de algo para realizar la acción. Sino, más bien,
cuando decidimos hacer algo por convicción el sentimiento se une después. Aunque
no “sintamos” ser agradecidos, si decidimos ser agradecidos entonces el
"sentimiento" de gratitud nos acompañará después.
Pero, ante todo esto es importante que nos preguntemos
porque es necesario cultivar un corazón agradecido en primer lugar.
La gratitud sustituye
al pecado. Ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no
convienen, sino antes bien acciones de gracias." (Efesios 5:4).
Las palabras que hablamos evidencian el contenido que llena
el corazón que cargamos. Si nuestras palabras están marcadas por negativismo,
quejas y reclamos entonces eso significa que nuestro corazón está seriamente
descontento. Y por consiguiente, el círculo vicioso es reforzado. Ósea, un
corazón descontento expresa palabras negativas que a su vez refuerzan el
malestar de un corazón que ya estaba inconforme en primer lugar.
Hablar con negativismo es algo malo no porque los libros de
auto-ayuda y de psicología popular lo condenan, pues nos impiden "cumplir
nuestras metas." En realidad, el asunto es más profundo que eso. Dejar de
ser agradecido, o ser mal-agradecido, es un síntoma que indica una patología
más peligrosa: la incredulidad en el carácter bondadoso de Dios.
Un cristiano
con un corazón quejumbroso es, en primera instancia, alguien que no cree que
Dios verdaderamente cuida de sus hijos. No lo expresaríamos de esta manera tan
cruda. Pero, esa es la música de
fondo que suena en el corazón de una persona que se pasa la vida quejándose.
Si somos malagradecidos significa que primero fuimos
incrédulos. No creemos, o creemos parcialmente, que Dios es bueno y que cuida
de nosotros. Y todo lo que proviene de la incredulidad es pecado (Rom. 14:23).
Vivir con una mentalidad quejumbrosa, no sólo es señal de incredulidad, sino
que también asfixia el proceso de ver las cosas desde una perspectiva
celestial. La vela de la esperanza y el optimismo se apagan por el viento
implacable de las quejas. El pecado se nutre de la incredulidad y crece en la
oscuridad. Por consiguiente, un corazón quejumbroso está más propenso a vivir
en pecado.
Es en vista de esto, que tenemos la necesidad de cultivar
un corazón agradecido. Porque cuando lo hacemos nos estamos poniendo lentes de
optimismo. Estamos viendo al mundo de la manera en que Dios lo ve. Los cristianos, de todas las personas,
deberíamos ser los más agradecidos, optimistas y llenos de esperanza. Porque
nuestro optimismo no es ingenuo y frágil, basado en nuestros impulsos intermitentes
de hacer el bien. Sino, sólido y bien fundamentado, basado en la revelación de
un Dios que está haciendo nuevas todas las cosas.
La esperanza escatológica de un cielo nuevo y una tierra
nueva deben llenarnos de agradecimiento por lo que Dios hará. Un corazón
distinguido por el agradecimiento a un Dios que cumple sus promesas es terreno
fértil para que crezcan las flores de la piedad en lugar de la maleza del
pecado.
¿Agradecido en todas
las circunstancias? Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios
para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18).
Muchos leyendo esto sienten que tienen derecho a quejarse.
Porque las personas los han tratado mal. O la vida les ha jugado una mala
carta. Es fácil sentirse agradecido cuando todo está bien. Cuando lo que
emprendamos da resultados. Cuando la familia está unida. Cuando las cuentas
están pagadas. Pero, ¿qué pasa cuando todo se desmorona? ¿Qué ocurre cuando, a
simple vista, no hay ninguna razón lógica por la que deberíamos estar
agradecidos?
¿Qué pasa cuando sentimos que tenemos todo el derecho de
quejarnos después de lo que hemos sufrido? Es importante entender que Dios no
te llama a negar la, a veces, cruda realidad que rodea tu vida. La fe bíblica
no niega lo que es.
Al contrario, al negar lo que realmente es estamos
removiendo el escenario para que Dios haga lo que sólo Él puede hacer. Es como
si estuviéramos sentados frente a un médico y juráramos que no hemos estado
teniendo los síntomas respectivos de un tumor maligno.
Sin embargo, la verdadera fe bíblica es creer que la
realidad de Dios puede invadir la realidad aquí en la tierra y transformarla
para Su gloria. Cuando creemos esa verdad entonces estamos comenzando a ver el
mundo a través de los lentes de Dios. Con los ojos de la fe.
Y sólo cuando
vemos al mundo con los ojos de la fe es que podemos estar agradecidos ante
cualquier tipo de circunstancia. Creemos en lo que Dios puede hacer y creemos
en lo que Dios ha prometido hacer. ¿Por qué? Nuestra confianza en lo que Dios
promete descansa en que Él ha cumplido lo que ha prometido en el pasado.
Del cumplimiento de las promesas pasadas dependen la
certeza de nuestra fe en el futuro y nuestra gratitud en el presente. ¿Y cómo
podemos estar seguros que Dios cumple sus promesas? Viendo la cruz. Mucho se
puede decir sobre las razones por las que Dios permite el mal. Pero, una de las
razones que con seguridad podemos afirmar que NO es, es esta: Dios es
indiferente al sufrimiento y al mal en el mundo. Eso no es cierto.
De hecho, Dios
mismo ha pasado por los niveles de dolor y sufrimiento más grandes que alguien
haya podido experimentar siendo brutalmente asesinado en una cruz romana. La
cruz, al igual que la tumba vacía, son las evidencias más grandes que Dios
cumple lo que promete. Las promesas del Antiguo Testamento sobre un Redentor que
salvaría el mundo a través de su propio sufrimiento se llevan a cabo en la vida
y obra de Jesús.
Por eso, ahora a la luz de estas verdades nosotros
caminemos con seguridad. Pues estamos siendo sostenidos por las mismas manos
que diseñaron el cosmos y fueron clavadas por nosotros. Pase lo que pase y
venga lo que se venga, podemos tener una actitud de gratitud. Porque aunque no
tengamos el control de las cosas, somos inmensamente amados por Aquel que sí lo
tiene. Y por eso, gracias Dios.
-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por
Abba.
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