jueves, 24 de noviembre de 2016

Una actitud de gratitud


¿Has estado al lado de alguien que se queja siempre? ¡Que duro que es! ¡Soportar su verborrea negativa! ¡Ver siempre la manera en cómo contentarlos y cumplirles sus caprichos porque de lo contrario no se callaran! ¡Hay gente con la que simplemente nunca se queda bien!

Algunos se quejan porque hace mucho calor. Otros se quejan porque hace mucho frío. Algunos se quejan porque la música está muy bajita. Otros porque está demasiado estridente. 

Algunos se quejan porque tienen mucho tiempo de trabajar y no les han aumentado el sueldo. Otros se quejan porque les aumentaron el sueldo y ahora tendrán que pagar más impuestos. 

Algunos se quejan porque no soportan ya la vida de soltero y quieren casarse. Otros se quejan porque no soportan la vida de casados y quieren regresar a estar solteros.

Todos nosotros en algún punto de nuestra vida nos hemos quejado. O nos vivimos quejando. La ironía del comienzo de este artículo es que inicié quejándome de la gente que se queja. Entonces, creo que eso automáticamente me convierte en alguien igual a las personas de las que me estoy quejando, ¿no?

Pero, Dios no quiere que nuestras vidas estén marcadas por un corazón quejumbroso. Todo lo contrario, Dios espera que caminemos con un espíritu agradecido.

Porque una actitud de gratitud abre las puertas a la plenitud.

La manera en cómo desarrollamos un espíritu de gratitud es a través de la práctica del agradecimiento. Esto es: continuamente agradecer a Dios por todo lo que proviene de su mano. Esto no quiere decir vamos a agradecer hipócritamente, sin sentir lo que estamos expresando. La gratitud fingida es esencialmente, al fin y al cabo, mera ingratitud. 

Pero, en ocasiones no necesitamos sentir el deseo de algo para realizar la acción. Sino, más bien, cuando decidimos hacer algo por convicción el sentimiento se une después. Aunque no “sintamos” ser agradecidos, si decidimos ser agradecidos entonces el "sentimiento" de gratitud nos acompañará después.

Pero, ante todo esto es importante que nos preguntemos porque es necesario cultivar un corazón agradecido en primer lugar.

La gratitud sustituye al pecado. Ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias." (Efesios 5:4).

Las palabras que hablamos evidencian el contenido que llena el corazón que cargamos. Si nuestras palabras están marcadas por negativismo, quejas y reclamos entonces eso significa que nuestro corazón está seriamente descontento. Y por consiguiente, el círculo vicioso es reforzado. Ósea, un corazón descontento expresa palabras negativas que a su vez refuerzan el malestar de un corazón que ya estaba inconforme en primer lugar.

Hablar con negativismo es algo malo no porque los libros de auto-ayuda y de psicología popular lo condenan, pues nos impiden "cumplir nuestras metas." En realidad, el asunto es más profundo que eso. Dejar de ser agradecido, o ser mal-agradecido, es un síntoma que indica una patología más peligrosa: la incredulidad en el carácter bondadoso de Dios. 

Un cristiano con un corazón quejumbroso es, en primera instancia, alguien que no cree que Dios verdaderamente cuida de sus hijos. No lo expresaríamos de esta manera tan cruda. Pero, esa es la música de fondo que suena en el corazón de una persona que se pasa la vida quejándose.

Si somos malagradecidos significa que primero fuimos incrédulos. No creemos, o creemos parcialmente, que Dios es bueno y que cuida de nosotros. Y todo lo que proviene de la incredulidad es pecado (Rom. 14:23). Vivir con una mentalidad quejumbrosa, no sólo es señal de incredulidad, sino que también asfixia el proceso de ver las cosas desde una perspectiva celestial. La vela de la esperanza y el optimismo se apagan por el viento implacable de las quejas. El pecado se nutre de la incredulidad y crece en la oscuridad. Por consiguiente, un corazón quejumbroso está más propenso a vivir en pecado.

Es en vista de esto, que tenemos la necesidad de cultivar un corazón agradecido. Porque cuando lo hacemos nos estamos poniendo lentes de optimismo. Estamos viendo al mundo de la manera en que Dios lo ve.  Los cristianos, de todas las personas, deberíamos ser los más agradecidos, optimistas y llenos de esperanza. Porque nuestro optimismo no es ingenuo y frágil, basado en nuestros impulsos intermitentes de hacer el bien. Sino, sólido y bien fundamentado, basado en la revelación de un Dios que está haciendo nuevas todas las cosas.

La esperanza escatológica de un cielo nuevo y una tierra nueva deben llenarnos de agradecimiento por lo que Dios hará. Un corazón distinguido por el agradecimiento a un Dios que cumple sus promesas es terreno fértil para que crezcan las flores de la piedad en lugar de la maleza del pecado.

¿Agradecido en todas las circunstancias? Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18).

Muchos leyendo esto sienten que tienen derecho a quejarse. Porque las personas los han tratado mal. O la vida les ha jugado una mala carta. Es fácil sentirse agradecido cuando todo está bien. Cuando lo que emprendamos da resultados. Cuando la familia está unida. Cuando las cuentas están pagadas. Pero, ¿qué pasa cuando todo se desmorona? ¿Qué ocurre cuando, a simple vista, no hay ninguna razón lógica por la que deberíamos estar agradecidos?

¿Qué pasa cuando sentimos que tenemos todo el derecho de quejarnos después de lo que hemos sufrido? Es importante entender que Dios no te llama a negar la, a veces, cruda realidad que rodea tu vida. La fe bíblica no niega lo que es. 

Al contrario, al negar lo que realmente es estamos removiendo el escenario para que Dios haga lo que sólo Él puede hacer. Es como si estuviéramos sentados frente a un médico y juráramos que no hemos estado teniendo los síntomas respectivos de un tumor maligno.

Sin embargo, la verdadera fe bíblica es creer que la realidad de Dios puede invadir la realidad aquí en la tierra y transformarla para Su gloria. Cuando creemos esa verdad entonces estamos comenzando a ver el mundo a través de los lentes de Dios. Con los ojos de la fe. 

Y sólo cuando vemos al mundo con los ojos de la fe es que podemos estar agradecidos ante cualquier tipo de circunstancia. Creemos en lo que Dios puede hacer y creemos en lo que Dios ha prometido hacer. ¿Por qué? Nuestra confianza en lo que Dios promete descansa en que Él ha cumplido lo que ha prometido en el pasado.

Del cumplimiento de las promesas pasadas dependen la certeza de nuestra fe en el futuro y nuestra gratitud en el presente. ¿Y cómo podemos estar seguros que Dios cumple sus promesas? Viendo la cruz. Mucho se puede decir sobre las razones por las que Dios permite el mal. Pero, una de las razones que con seguridad podemos afirmar que NO es, es esta: Dios es indiferente al sufrimiento y al mal en el mundo. Eso no es cierto. 

De hecho, Dios mismo ha pasado por los niveles de dolor y sufrimiento más grandes que alguien haya podido experimentar siendo brutalmente asesinado en una cruz romana. La cruz, al igual que la tumba vacía, son las evidencias más grandes que Dios cumple lo que promete. Las promesas del Antiguo Testamento sobre un Redentor que salvaría el mundo a través de su propio sufrimiento se llevan a cabo en la vida y obra de Jesús.

Por eso, ahora a la luz de estas verdades nosotros caminemos con seguridad. Pues estamos siendo sostenidos por las mismas manos que diseñaron el cosmos y fueron clavadas por nosotros. Pase lo que pase y venga lo que se venga, podemos tener una actitud de gratitud. Porque aunque no tengamos el control de las cosas, somos inmensamente amados por Aquel que sí lo tiene. Y por eso, gracias Dios.

-Luís Luna Jr.

Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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