martes, 15 de noviembre de 2016

Una visión teológica sobre el fútbol




El fútbol forma una parte importante del tejido social que compone a la cultura hondureña. Esta es algo que pocos se atreverían a debatir. Claro, el hecho que seamos una nación apasionada por el fútbol no significa necesariamente que sobresalgamos en el fútbol. Nuestro desborde de fervor no siempre corresponde a nuestro despliegue de calidad.
Hoy una vez más, la selección nacional nos dio un triunfo. Aunque algunos estaban desilusionados después de la derrota pasada, un gane como el de hoy hace que la afición del equipo de todos vuelva a soñar en la mira a Rusia 2018.

El deporte y la religión son elementos universales que se encuentran presentes en casi todas las civilizaciones humanas a lo largo de la historia. A pesar de eso, la Iglesia necesita mejorar enseñando una visión integradora, y no fragmentaria, de la perspectiva cristiana hacia la vida entera. Y eso incluye, el fútbol.

La mayoría de los cristianos caen en dos extremos en relación con el fútbol:

1. El fútbol como algo meramente secular. 
Muchos aseveran que el deporte debe ser visto como algo secular. Como un elemento ajeno a la sub-cultura cristiana. Tanto así que, Dios no debe ser metido en el deporte porque "a Él no le interesa y no tiene nada que ver en esas cosas." Pero, esta perspectiva, lejos de ser bíblica, es más platónica que cristiana en su naturaleza. Platón, filósofo griego, dividió la realidad en dos categorías: el mundo de las ideas y el mundo de la materia. Este paradigma infiltró gran parte del pensamiento de la iglesia cristiana por mucho tiempo. 

Tanto así que vemos remanente de ello hoy cuando los cristianos hacen distinciones innecesarias y no-bíblicas entre lo sagrado (mundo espiritual) y lo secular (mundo natural).

Pero, la Escritura nos muestra algo diferente. Y mucho más hermoso. El libro de Génesis relata la historia de cómo Dios puso a Adán y Eva, nuestros primeros antepasados, a gobernar y a enseñorear sobre la tierra. Esta orden significó que Dios le estaba pidiendo a Adán y a Eva que hicieran "cultura" con lo que Dios había puesto a su disposición en el jardín del Edén. Pero, este mandato tiene diferentes facetas. Dios le comanda a Adán que no sólo desarrolle la creación sino que se deleite en la creación (Gen. 2:16-17). 

Dios nos está diciendo que Él creó el mundo no sólo para que vivamos en el o para que trabajemos en el sino también para que encontremos deleite sano en el. En otras palabras, Dios quiere que seamos buenos mayordomos de su creación. Pero, que también nos divirtamos con su creación. Dios se deleita cuando nos divertimos en lo que Él diseñó.

Y casi todas las culturas han expresado este deseo instintivo de divertirse practicando una variedad de recreación deportiva. Entonces, cuando nosotros practicamos un deporte o cuando nos deleitamos viendo el desarrollo de una gesta deportiva, estamos siendo obedientes al mandato de Dios de deleitarnos en su creación. Y esto trae gloria a Dios. 

Por eso, un jugador que se deleita pateando un balón glorifica a Dios de la misma manera que un predicador enseñando la biblia a su congregación. Ninguna cosa es más sagrada que la otra. Y si te sientes algo ofendido y lo tomas como una blasfemia, está bien. Pero, necesitas darte cuenta que tu pensamiento está siendo más influenciado por Platón que por Jesús en este asunto. El fútbol, entonces es más que "un simple juego."

2. El fútbol como algo supremo. 
No quiero herir ninguna sensibilidad aquí, pero el fútbol es el deporte rey. Cuando Luís Omar Tapia dice: "Arrancan los 90 minutos del deporte más hermoso del mundo", ese hombre está hablando la verdad. Está bien, pueden escribirme en los comentarios porque estoy equivocado, pero es sólo mi opinión. Y por lo cual, estoy en lo cierto. Es broma.

Si bien es cierto el fútbol es hermoso, porque entre otras cosas, es algo que los humanos hemos hecho con los recursos y facultades que Dios soberanamente ha puesto en la humanidad. Pero, tampoco podemos ignorar como la realidad del pecado ha afectado todo lo que nosotros somos. Y por consiguiente, todo lo que nosotros hacemos. Eso incluye, claro está, el deporte. Las manchas del pecado en el deporte son evidentes en los humanos que participan en el, aficionados y jugadores respectivamente. 

En los aficionados, el pecado se manifiesta cuando hacemos del deporte algo supremo y lo elevamos a un lugar en el que no debe estar. Una cosa es estar apesarado porque tu equipo perdió.

Pero, es algo diferente que la perspectiva de tu vida se desbarate porque tu equipo no tuvo un resultado favorable. De ser así, la lealtad a tu equipo o jugador predilecto ocupa, funcionalmente, el lugar que Jesús debe llenar en tu corazón. 

También, el hecho que vayamos al estadio como medida catártica desquitando nuestra ira acumulada contra los jugadores, director técnico y, sí como casi siempre suele suceder, con el árbitro, es una señal que buscamos el cumplimiento de nuestras esperanzas frustradas en once hombres que son meros humanos propensos a defraudarnos.

Por parte de los jugadores el pecado se  muestra dentro de la cancha como fuera de ella. Cuando un jugador lesiona a otro a propósito, cuando un delantero hace un clavado dentro del área chica para que le marquen penal y cuando el equipo le recuerda al árbitro su progenitora, estamos viendo la naturaleza pecaminosa obrar dentro de la cancha. También, cuando los jugadores se dopan para tener un mejor desempeño y cuando los partidos son amañados vemos al pecado obrar fuera de ella. 

Sí, claro el deporte es algo hermoso. Es un diseño creacional que Dios nos permite, nos ordena, incluso disfrutar. Pero, el pecado también puede afectarlo. Por eso, si bien es cierto, el fútbol es más que un juego. Pero, menos que Dios.

¿Cómo, entonces, debemos ver los cristianos el fútbol?

Así como el pecado ha afectado todas las áreas de nuestra vida, el evangelio también nos redime de forma integral. Cristo hace nueva todas las cosas. Y transforma quien nosotros somos y lo que nosotros hacemos en respuesta a quien somos.
Nuestra realidad vertical teológica tiene implicaciones horizontales sociológicas sobre la manera en que “hacemos” cultura y deporte. 

Todo lo que hacemos es influenciado e informado por el evangelio. Esto quiere decir que el evangelio nos da una nueva identidad para participar y deleitarnos en los deportes. Nuestra identidad no depende de los resultados después de un juego. Sino, que está asegurada en Jesús.

Los resultados favorables o desfavorables no determinan, por tanto, el valor intrínseco de cada individuo. Tanto de los que somos espectadores como de los que son jugadores.
Y si esto es cierto, entonces la nueva identidad en Cristo también significa una nueva ética para la vida entera, incluyendo nuestra participación en el deporte, como espectadores y participantes. 

Considerando que los resultados de un partido no ponen en tela de juicio nuestro valor delante de los ojos de Dios, los deportistas cristianos pueden, y deben, jugar honestamente. Con integridad. Porque es en vano engañar al sistema con el fin de obtener un resultado favorable. Porque si ganar significa tener que hacer trampa, entonces la victoria es ilusoria.

También a la luz de esta realidad, como espectadores cristianos del deporte, nuestras pasiones deberían estar dirigidas a disfrutar de el, sin ponerlo en un lugar en donde no pertenece.

Ninguno los muchachos de nuestra selección nacional puede soportar el peso de una nación que, en ocasiones, lo que exige no son jugadores sino salvadores que traigan expiación por los flagelos que atraviesa la población. 

Por eso, ver al fútbol, o a todos los deportes en ese caso, a través de los lentes del evangelio es la única manera de disfrutar saludablemente un regalo de Dios sin crucificar ni idolatrar a nuestro equipo después de un resultado.

-Luis Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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