Si estás respirando quiere decir que estás vivo. Si estás vivo es seguro que has pecado. O estás pecando. O vas a pecar. Al decir esto no es porque yo esté deseando que esto pase. Sino porque los humanos vivimos en mundo emponzoñado por el pecado. El pecado existe no sólo a nuestro alrededor sino también, y esta es la realidad más difícil de aceptar, en nuestro interior (Rom. 3:23). Incluso, para quienes estamos en Cristo.
Si estamos en Cristo, eso significa que Él ha pagado por
la penalidad de nuestro pecado (Rom. 6:23; 8:1-2). Por medio del Espíritu Santo
estamos siendo librados del poder del pecado (2 Tes. 2:13). Pero, un día, en la
glorificación y en la venida total de Su Reino, seremos liberados totalmente de
la presencia del pecado (Fil. 3:21). Sin embargo, lo que eso significa, es que
en este lado de la eternidad lucharemos de forma continua con el pecado
remanente en nuestros corazones. Es por esta razón que Pablo nos instruye a que
nos vistamos del nuevo hombre (Efesios 4:24).
La lucha con el pecado es algo real que ocurrirá en
nuestro caminar diario (Rom. 8:12-13). Nuestra lucha contra el pecado estará
marcada por victorias. Confiamos en que la gracia del Señor nos sostiene y la
mano del Espíritu nos llevará a salvo hasta el día que Cristo venga. Pero,
también, en algunas ocasiones, más de lo que estamos dispuestos a admitir,
experimentaremos derrotas. Así que, por esto, quiero compartir contigo tres
sugerencias para levantarte después de haber caído en pecado.
1. Reconoce que has pecado. Pretender que todo está bien
no anula la realidad del pecado que cometiste. Es más, una de las tantas cosas
que hace es que alarga el proceso de restauración. Seguirás comiendo algarrobas
para cerdos si sigues negando tu pecado. La restauración comienza al quitarnos
la máscara. La Biblia enseña que "quien cubre sus pecados no prosperará.
Más quien los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia” (Prov. 28:13).
Tal vez no quieres admitir que pecaste porque tienes
miedo de lo que eso haría a la imagen que intentas proyectar hacia los demás.
Sin embargo, ¿de qué le vale a un hombre ganar una buena reputación e imagen y
perder su alma? El primer paso para curarse es admitir que uno está enfermo.
Reconoce tu pecado. No te justifiques.
2. Cambia tu mente hacia
el pecado. Puede que muchos no tengamos ningún problema en reconocer el pecado
que hemos hecho. Pero, seguimos pensando de la misma manera con respecto a él.
Podemos reconocer nuestras transgresiones, pero seguirlas amando al mismo
tiempo. Debemos ver el pecado por lo que realmente es: una alta traición y
rebelión ante el Soberano Creador del Universo que, en su infinita gracia, ha
decidido llamarnos Sus hijos. El pecado es un suicidio espiritual. Es
cauterizar la mente. Nos volvemos leprosos arrancando pedazos de nuestra misma
piel.
No hay nada más deshumanizante que el pecado. Y debemos verlo como Dios
lo ve: aborreciéndolo. La palabra bíblica para esto es
"arrepentimiento." En el idioma original el vocablo es
"metanoia", que, esencialmente, significa cambiar de mentalidad y
retornar en el camino acerca de algo. Cuando nos arrepentimos de verdad,
estamos cambiando la manera en que pensamos acerca del pecado. Reconozcamos
nuestro pecado y cambiemos la manera en que pensamos sobre el a través del arrepentimiento.
Porque el reino de Dios ha venido (Mat. 3:2).
3. Contempla a Jesús. Puede ser que cuando pensamos en
restaurarnos después de haber pecado, lo primera idea que se nos viene a
nuestra mente es "esfuerzo." Esto es cierto, en gran medida. Debemos
estar vigilantes hacia aquellos pecados que eventualmente pueden enfriar
nuestro corazón. Debemos esforzarnos y estar alertas. Pero, es importante que dirijamos
bien nuestros esfuerzos. Debemos esforzarnos en enfocar nuestra mirada en
Jesús. Dios transforma nuestras vidas no cuando decidimos "portarnos
bien" sino cuando determinamos poner la mirada de nuestros ojos
espirituales en la belleza y la majestad de Jesús.
Ese es el camino para la
restauración después de haber pecado y para la liberación progresiva del pecado
mismo (2 Cor. 3:18). Porque cuando vemos la hermosura de Dios en Cristo, al
mismo tiempo vemos lo horrible que es el pecado. El famoso predicador londinense
Charles Spurgeon solía decir: "Cuando el pecado se vuelve amargo, Cristo
comienza a sentirse dulce." De la misma manera, cuando vemos que Dios es
hermoso, comenzamos a repugnar el pecado.
Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente por Abba.
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