martes, 22 de noviembre de 2016

No desperdicies tu dolor


El recuerdo está fresco. Recién había salido del trabajo e iba bebiendo un sorbo de un café mocca, cuando de pronto mi mamá me envió un mensaje que la llamara por algo que era urgente. Y vaya que sí resultó serlo.

Mi mamá me informó que los doctores habían desahuciado a mi abuela. Ningún tratamiento u operación impedirían el avance implacable de su enfermedad. Lo único que quedaba, era esperar su inevitable muerte. Que en efecto llegaría unos días después del fatídico diagnóstico.

La noticia me golpeó más porque en ese momento todo me estaba saliendo bien. Estaba avanzando en mis estudios, viendo frutos en el ministerio de jóvenes y teniendo buenos resultados en mi trabajo. Pero, de un momento a otro, fui sacudido. Los días antes y después de su muerte fueron difíciles. 

Especialmente porque sentí que Dios actuó injustamente con mi abuela. Ella era el tipo de persona que siempre estaba dispuesta a servir al Señor y a su obra. Casi todos los fines de semana ella estaba involucrada en una actividad para recaudar fondos para la iglesia a la que ella pertenecía. Ella tenía la costumbre de ofrecer comida a quien llegara a visitarla. Por eso, su casa estaba lleno de gente que yo no conocía. Porque ellos sabían que la hermana Josefa no los iba a dejar ir con hambre.

En verdad fueron días duros. Mis ojos todavía se humedecen cuando recuerdo lo que pasó. Es sorprendente como la vida destruye la falsa ilusión de que tú tienes el control de las cosas.

Tal vez no has perdido a un ser amado, pero has atravesado algo similar. Puede ser que conozcas lo que significa que tu mundo se derrumbe. O lo que es peor aún, puede que en este momento tu vida se esté derrumbando y no hay nada que puedes hacer al respecto.

Tal vez invertiste energía, recursos y tiempo en lanzar una iniciativa empresarial, sólo para saborear el fracaso amargo y querer renunciar a todo.

A lo mejor iniciaste el ministerio con ganas de cambiar el mundo. Pero, sentiste el dolor de la traición por parte de quienes prometieron ayudarte a cumplir la visión de Dios para la iglesia.
Es probable que te ilusionaste en una relación amorosa. Y todo era color de rosa. Hasta que te diste cuenta que jugaron contigo.

Cuando estás pasando por cosas como estas hay algo que es seguro que no deseas escuchar: Consejos simplistas de parte de quienes  no tienen la menor idea de cómo te sientes.

Atravesar estos desiertos es difícil. Atravesarlos por nuestra propia cuenta lo hace peor.
Pero, Dios no quiere que este sea el caso. De hecho, en su providencia, Dios nos ha dado la iglesia como una familia sanadora y como una comunidad solidaria. Por favor lee bien lo que estoy a punto de decir: Uno de los propósitos de Dios para la iglesia es que en ella encontremos un oasis de amor, esperanza y solidaridad en el desierto de nuestras tragedias.

 El apóstol Pablo entendió esto. 2 Cor. 7:5-7 relata lo siguiente:
Pues aun cuando llegamos a Macedonia, nuestro cuerpo[a] no tuvo ningún reposo, sino que nos vimos atribulados por todos lados: por fuera, conflictos; por dentro, temores. 6 Pero Dios, que consuela a los deprimidos[b], nos consoló con la llegada de Tito; 7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo con que él fue consolado en vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto[c], vuestro llanto y vuestro celo por mí; de manera que me regocijé aún más.

Pablo confiesa con libertad la depresión que pasaron. Sin embargo, por importantes que son los medios de gracia para fortalecer nuestra fe, la provisión de Dios a Pablo fue a través de Tito. Pablo y los suyos estaban en crisis; pero, fueron consolados cuando llegó Tito.
Pablo relata que Tito le hizo saber que los corintios "lloraban por él." Y esto fue causa de regocijo en el corazón del apóstol.

En ocasiones, es común ver el dolor de otros y de inmediato disponernos a decirles lo que está mal y cómo deben cambiarlo. Está bien querer ayudar. Pero, también existe el riesgo de querer aconsejar a los que lloran sin primero llorar con los que lloran. Demasiadas veces queremos sonar expertos en cosas que ni siquiera hemos atravesado. Cuando alguien está interesado en nada más dispensar sabiduría, pero no siente el dolor de quien está recibiéndola, el consejo puede ser bueno. Pero, permanece en la superficie del corazón de quien lo recibe.

Por eso, la única manera de sentir, en verdad, el dolor de quien se desmorona frente a tus ojos es que tú hayas sido previamente desmoronado por eso mismo también. Un tiempo atrás mi mamá estuvo hospitalizada y pasó varios días en la clínica. Mi papá y yo nos turnamos para cuidar de ella durante la noche. La mayoría del personal médico cuidó bien de ella. Excepto por algunas de las enfermeras. Me imagino que era el cansancio físico y emocional de estar cuidando a tanta gente durante largos turnos. A pesar de esto, hubo una enfermera que atendió a mi mamá de una forma tan especial que arrestó mi atención.

En lo que fuese, ella siempre daba la milla extra para que mi mamá estuviera cómoda durante su estadía en la clínica. Un día me le acerqué para agradecerle por lo que hacía por mi mamá. Sé que, en parte, era su trabajo pero lo hacía tan genuino. Ella me contestó: "No se preocupe. Hace algunos meses atrás yo estuve hospitalizada por la misma razón que su mamá está hospitalizada. Así que sé muy bien como ella se siente y como necesita ser atendida."

Dios te permitirá atravesar episodios que no entenderás al principio para que brindes amor, solidaridad y empatía a quienes están atravesando el desierto que tú ya pasaste. Porque, ¿quién es la persona más adecuada para solidarizarse con una joven sufriendo de anorexia que alguien que haya atravesado por eso?

¿Quién es más indicado para ministrar a un joven pastor desanimado que alguien que ya haya sentido de primera mano lo duro que puede ser el corazón del pueblo de Dios en muchas ocasiones?
¿Quién puede a ayudar a una joven que haya sufrido abuso sino alguien que haya pasado por el mismo infierno?

Aún el apóstol que escribió casi la mitad del Nuevo Testamento y plantó iglesias por todo el Mediterráneo necesito del consuelo y la solidaridad de alguien. De la misma forma, Dios quiere que nosotros brindemos y recibamos amor, empatía y solidaridad a través de nuestra iglesia local.  No tengo idea de cómo mi familia hubiera atravesado el duelo después de la muerte de mi abuela de no haber sido por el consuelo, la solidaridad y el amor que recibimos por parte de nuestra iglesia local.

En Jesús, Dios no sólo se solidariza con nuestra condición. Sino que encarna nuestra realidad. Ese es el milagro de la Encarnación, según Atanasio: “El hijo de Dios se volvió hombre para que los hombres se volviesen en hijos de Dios.”

Hemos recibido gracia para brindar gracia a otros. Hemos recibido consuelo para consolar a otros. Hemos recibido solidaridad para solidarizarnos con otros. En Cristo, Dios se da a nosotros para que nosotros nos demos a los demás.

-Luís Luna Jr.

Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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