Quisiera decir que soy un gigante en la oración. Pero, no
es así.
Mis deseos e intenciones de orar se han quedado, demasiadas
veces, precisamente en eso: deseos e intenciones. Siempre que escucho un sermón
sobre la importancia de orar siento dos cosas al mismo tiempo. Primero, una
convicción que debo orar. Y segundo, culpabilidad por no hacerlo como debo.
Puede ser que tú estés pasando por algo similar. A lo mejor
te pusiste una meta de orar más tiempo este año y no lo estás haciendo. Tal
vez, cuando te arrodillas a orar tu mente se convierte en una autopista de
pensamientos distractores que van y vienen. O a lo mejor, reconoces la
necesidad de orar pero sientes que tus días están saturados con compromisos por
todas partes.
Incluso, estar en la era de la informática, muy
característica de los “arreglos rápidos” con tan sólo dar un click, puede hacer
que estemos siempre detrás de “la bala de plata” que hará que nuestro
ministerio de jóvenes alcance “otro nivel.”
“Si cambiáramos la modalidad de los cultos seríamos más
exitosos.”
“Si usáramos otro tipo de música alcanzaríamos más jóvenes.”
“Si cambiáramos la estrategia de crecimiento seríamos el
ministerio de jóvenes más grande de la ciudad, etc.”
Todas estas son buenas ideas que pueden generar fruto
cuantitativo. Pero, nada de esto puede sustituir a la búsqueda del rostro de
Dios a través de la oración.
Ahora, puede que, al igual que todos los cristianos
mortales como yo, sientas frustración cuando quieres orar pero tu mente y
corazón están en otro lado. O a lo mejor, si eres honesto contigo mismo, ni
siquiera estás completamente seguro del porque todo el asunto parece ser tan
importante para Dios.
Si así es el caso contigo, tengo buenas noticias: no eres
el único que ha pasado por esto. De hecho, las personas que más cerca han
estado de Dios, literalmente, los discípulos, no sabían cómo hacerlo. Uno de
los pasajes más reconfortantes en toda la Escritura es cuando los discípulos le
dicen a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).
Afortunadamente, nosotros tenemos las palabras que Jesús dijo
acerca de la oración. En respuesta a la interrogante de sus discípulos, Jesús
les enseñó un modelo para orar. Este modelo es conocido como el Padre Nuestro.
Que no es un patrón para ser repetido verbatim (“palabra por palabra”). Sino
que es una revelación del deseo del Padre en guiar a Sus hijos a tener
intimidad con Él.
Por eso, quiero compartir tres propósitos que hacen la oración
relevante a nuestras vidas a la luz del Padre Nuestro (Mateo 6:9-13).
1. Oramos para
reconocer a Dios como Padre. “Padre Nuestro…”
Jesús le dice a sus discípulos que la manera principal en
la que Dios quiere relacionarse con los que estamos en Cristo es como un Padre
hacia un hijo. Este concepto puede sonar trillado para nosotros. Especialmente
si tenemos algún tiempo de asistir a la iglesia. Pero, esta idea fue
revolucionaria para su audiencia original. YAHWÉ, Elohim, el Dios de los
Ejércitos, El Santo de Israel, El que sacó a su pueblo de Egipto con brazo
fuerte, quiere que nosotros vayamos hacia Él con la misma confianza que un hijo
tiene en su papá.
La razón por la que nos dirigimos hacia Dios como Padre es a
través de lo que Cristo hizo en la cruz (Gal.3:26) . Es la sangre de Cristo la
que nos ha redimido de nuestros pecados. Y por eso, Dios teniendo todo el
derecho de ser un juez que nos condena, si estamos en Cristo, Él es un Padre
que nos abraza.
Uno de los padres de la Iglesia primitiva, Atanasio de
Alejandría, solía decir: "El hijo de Dios se volvió hombre para que los
hombres se volviesen hijos de Dios."
Es nuestra adopción como hijos lo que
nos garantiza un acceso ilimitado no sólo a las bendiciones de Dios, sino a
algo mucho mejor: la persona y la presencia de Dios.
El pastor Tim Keller pinta esta imagen: "La única
persona que puede entrar al cuarto de un Rey y levantarlo a las 3:00am para
pedirle un vaso con agua es su hijo. Nosotros tenemos esa clase de
acceso." Orar afirma nuestra identidad como hijos de un Padre amoroso.
2. Oramos para
reconocer a Dios como Rey. “Qué estás en los cielos…”
Después de enfatizar que nuestra relación hacia Dios es
como un hijo hacia un Padre, Jesús dice que nuestro Padre no es cualquier Padre
sino que Él "está en los cielos." Este contraste es espectacular. Por
un lado, Jesús enseña que Dios es accesible. Él es nuestro Papá. Podemos ir
hacia Él en cualquier momento.
Pero, si Dios
no es nada más que un ser espiritual benevolente, pero impotente ¿a
quién acudimos cuando necesitemos ayuda? ¿A quién acudimos cuando las cosas se
salen de nuestras manos? ¿A quién le pedimos cuando el diagnóstico muestra
malas noticias? ¿A quién clamamos cuando nuestros hijos se han alejado?
Sin embargo, Jesús enseña que Dios no sólo es nuestro Padre
sino que Él está en los cielos. No sólo es accesible sino que es poderoso. El
poder y la bondad de Dios e complementan mutuamente y deben hacer que nuestro
corazón salte de alegría. Si estamos en Cristo, tenemos acceso ilimitado y sin
restricciones a un Padre que tiene poder ilimitado y sin restricciones.
E.M. Bounds solía decir que “la oración mueve La mano que
mueve al mundo.”
La mayoría de los que están leyendo este artículo
ministramos en Latinoamérica. La corrupción gubernamental existe en todo el
mundo. Pero, es una realidad más intensa y más frecuente en gran parte de los
países latinoamericanos. Muchos líderes políticos se autoproclaman los próximos
libertadores de nuestros pueblos. Y así cautivan la conciencia de un pueblo
harto. Por eso muchos, incluyendo cristianos, ven a su candidato político como
el Mesías Redentor de la nación. Claro, es probable que ningún cristiano lo
diría así. Pero, más de alguno lo cree así.
Dios a través de la oración dispersa la neblina de nuestro
espíritu para confiar en Aquel que se sienta sobre el círculo de la tierra
(Isaías 40:22) y en Aquel que pone y quita reyes (Daniel 2:21). Porque no
importa quien está sentado en la silla presidencial, Dios sigue sentado en Su
Trono y Él sigue siendo Rey.
Cuando oramos, Dios inclina su oído a nuestro clamor. El
poder, la sabiduría y la majestad de Dios están más allá de lo que nuestra
mente finita puede captar. Orar fortalece nuestra fe como hijos de un
Padre Poderoso.
3. Oramos para
glorificar a Dios como Santo. “Santificado sea tu nombre…”
Cuando reconocemos que Dios es nuestro Padre, y no sólo
cualquier Padre, sino que es un Padre Poderoso que está en los cielos entonces
nuestra respuesta natural a esta realidad es la adoración.
Jesús dice que oremos: “Santificado sea tu nombre.” Orar de
esta manera significa pedirle al Señor que Él muestre su gloria al mundo de tal
manera que las personas valoren a Dios con supremacía. Quienes tratan a Dios
con desprecio y se mofan de Él nunca han visto su gloria con los ojos de su
corazón. Porque cuando las personas ven a Dios verdaderamente como Él es, en
lugar de como ellos piensan que es, no pueden responder de otra manera más que postrar su rostro en tierra y adorar diciendo: TÚ ERES SANTO.
Todos los seres humanos santificamos, es decir adoramos,
algo o alguien.
Santificamos nuestro trabajo cuando lo hacemos lo más valioso en nuestra vida.
Santificamos nuestro trabajo cuando lo hacemos lo más valioso en nuestra vida.
Santificamos nuestros bienes cuando la marca del auto que
manejamos es lo que nos da un sentido de valor propio.
Santificamos nuestras relaciones cuando la aceptación o el rechazo de otros es lo que nos edifica o destruye.
Pero, cuando oramos: "Santificado sea tu nombre" le
decimos a Dios "Tú eres lo más valioso en el Universo. Ayúdame a verte
así. Y a que todo el mundo te vea así y te valore así." Orar hace que nuestro corazón glorifique a Dios como el ser más valioso.
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-Luis Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.
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