miércoles, 1 de junio de 2016

¿Por qué orar?


Quisiera decir que soy un gigante en la oración. Pero, no es así.
Mis deseos e intenciones de orar se han quedado, demasiadas veces, precisamente en eso: deseos e intenciones. Siempre que escucho un sermón sobre la importancia de orar siento dos cosas al mismo tiempo. Primero, una convicción que debo orar. Y segundo, culpabilidad por no hacerlo como debo.

Puede ser que tú estés pasando por algo similar. A lo mejor te pusiste una meta de orar más tiempo este año y no lo estás haciendo. Tal vez, cuando te arrodillas a orar tu mente se convierte en una autopista de pensamientos distractores que van y vienen. O a lo mejor, reconoces la necesidad de orar pero sientes que tus días están saturados con compromisos por todas partes.

Incluso, estar en la era de la informática, muy característica de los “arreglos rápidos” con tan sólo dar un click, puede hacer que estemos siempre detrás de “la bala de plata” que hará que nuestro ministerio de jóvenes alcance “otro nivel.”

“Si cambiáramos la modalidad de los cultos seríamos más exitosos.”
“Si usáramos otro tipo de música alcanzaríamos más jóvenes.”
“Si cambiáramos la estrategia de crecimiento seríamos el ministerio de jóvenes más grande de la ciudad, etc.”

Todas estas son buenas ideas que pueden generar fruto cuantitativo. Pero, nada de esto puede sustituir a la búsqueda del rostro de Dios a través de la oración.

Ahora, puede que, al igual que todos los cristianos mortales como yo, sientas frustración cuando quieres orar pero tu mente y corazón están en otro lado. O a lo mejor, si eres honesto contigo mismo, ni siquiera estás completamente seguro del porque todo el asunto parece ser tan importante para Dios.

Si así es el caso contigo, tengo buenas noticias: no eres el único que ha pasado por esto. De hecho, las personas que más cerca han estado de Dios, literalmente, los discípulos, no sabían cómo hacerlo. Uno de los pasajes más reconfortantes en toda la Escritura es cuando los discípulos le dicen a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).

Afortunadamente, nosotros tenemos las palabras que Jesús dijo acerca de la oración. En respuesta a la interrogante de sus discípulos, Jesús les enseñó un modelo para orar. Este modelo es conocido como el Padre Nuestro. Que no es un patrón para ser repetido verbatim (“palabra por palabra”). Sino que es una revelación del deseo del Padre en guiar a Sus hijos a tener intimidad con Él.

Por eso, quiero compartir tres propósitos que hacen la oración relevante a nuestras vidas a la luz del Padre Nuestro (Mateo 6:9-13).

1. Oramos para reconocer a Dios como Padre. “Padre Nuestro…”
Jesús le dice a sus discípulos que la manera principal en la que Dios quiere relacionarse con los que estamos en Cristo es como un Padre hacia un hijo. Este concepto puede sonar trillado para nosotros. Especialmente si tenemos algún tiempo de asistir a la iglesia. Pero, esta idea fue revolucionaria para su audiencia original. YAHWÉ, Elohim, el Dios de los Ejércitos, El Santo de Israel, El que sacó a su pueblo de Egipto con brazo fuerte, quiere que nosotros vayamos hacia Él con la misma confianza que un hijo tiene en su papá. 

La razón por la que nos dirigimos hacia Dios como Padre es a través de lo que Cristo hizo en la cruz (Gal.3:26) . Es la sangre de Cristo la que nos ha redimido de nuestros pecados. Y por eso, Dios teniendo todo el derecho de ser un juez que nos condena, si estamos en Cristo, Él es un Padre que nos abraza.

Uno de los padres de la Iglesia primitiva, Atanasio de Alejandría, solía decir: "El hijo de Dios se volvió hombre para que los hombres se volviesen hijos de Dios." 

Es nuestra adopción como hijos lo que nos garantiza un acceso ilimitado no sólo a las bendiciones de Dios, sino a algo mucho mejor: la persona y la presencia de Dios.

El pastor Tim Keller pinta esta imagen: "La única persona que puede entrar al cuarto de un Rey y levantarlo a las 3:00am para pedirle un vaso con agua es su hijo. Nosotros tenemos esa clase de acceso." Orar afirma nuestra identidad como hijos de un Padre amoroso.

2. Oramos para reconocer a Dios como Rey. “Qué estás en los cielos…”
Después de enfatizar que nuestra relación hacia Dios es como un hijo hacia un Padre, Jesús dice que nuestro Padre no es cualquier Padre sino que Él "está en los cielos." Este contraste es espectacular. Por un lado, Jesús enseña que Dios es accesible. Él es nuestro Papá. Podemos ir hacia Él en cualquier momento. 

Pero, si Dios  no es nada más que un ser espiritual benevolente, pero impotente ¿a quién acudimos cuando necesitemos ayuda? ¿A quién acudimos cuando las cosas se salen de nuestras manos? ¿A quién le pedimos cuando el diagnóstico muestra malas noticias? ¿A quién clamamos cuando nuestros hijos se han alejado?

Sin embargo, Jesús enseña que Dios no sólo es nuestro Padre sino que Él está en los cielos. No sólo es accesible sino que es poderoso. El poder y la bondad de Dios e complementan mutuamente y deben hacer que nuestro corazón salte de alegría. Si estamos en Cristo, tenemos acceso ilimitado y sin restricciones a un Padre que tiene poder ilimitado y sin restricciones.

E.M. Bounds solía decir que “la oración mueve La mano que mueve al mundo.”

La mayoría de los que están leyendo este artículo ministramos en Latinoamérica. La corrupción gubernamental existe en todo el mundo. Pero, es una realidad más intensa y más frecuente en gran parte de los países latinoamericanos. Muchos líderes políticos se autoproclaman los próximos libertadores de nuestros pueblos. Y así cautivan la conciencia de un pueblo harto. Por eso muchos, incluyendo cristianos, ven a su candidato político como el Mesías Redentor de la nación. Claro, es probable que ningún cristiano lo diría así. Pero, más de alguno lo cree así.

Dios a través de la oración dispersa la neblina de nuestro espíritu para confiar en Aquel que se sienta sobre el círculo de la tierra (Isaías 40:22) y en Aquel que pone y quita reyes (Daniel 2:21). Porque no importa quien está sentado en la silla presidencial, Dios sigue sentado en Su Trono y Él sigue siendo Rey.

Cuando oramos, Dios inclina su oído a nuestro clamor. El poder, la sabiduría y la majestad de Dios están más allá de lo que nuestra mente finita puede captar. Orar fortalece nuestra fe como hijos de un Padre Poderoso.

3. Oramos para glorificar a Dios como Santo. “Santificado sea tu nombre…”
Cuando reconocemos que Dios es nuestro Padre, y no sólo cualquier Padre, sino que es un Padre Poderoso que está en los cielos entonces nuestra respuesta natural a esta realidad es la adoración.

Jesús dice que oremos: “Santificado sea tu nombre.” Orar de esta manera significa pedirle al Señor que Él muestre su gloria al mundo de tal manera que las personas valoren a Dios con supremacía. Quienes tratan a Dios con desprecio y se mofan de Él nunca han visto su gloria con los ojos de su corazón. Porque cuando las personas ven a Dios verdaderamente como Él es, en lugar de como ellos piensan que es, no pueden responder de otra manera más que postrar su rostro en tierra y adorar diciendo: TÚ ERES SANTO.

Todos los seres humanos santificamos, es decir adoramos, algo o alguien. 

Santificamos nuestro trabajo cuando lo hacemos lo más valioso en nuestra vida.

Santificamos nuestros bienes cuando la marca del auto que manejamos es lo que nos da un sentido de valor propio.

Santificamos nuestras relaciones cuando la aceptación o el rechazo de otros es lo que nos edifica o destruye.

Pero, cuando oramos: "Santificado sea tu nombre" le decimos a Dios "Tú eres lo más valioso en el Universo. Ayúdame a verte así. Y a que todo el mundo te vea así y te valore así." Orar hace que nuestro corazón glorifique a Dios como el ser más valioso.

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-Luis Luna Jr. 
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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