miércoles, 15 de junio de 2016

Cómo crecer en santidad (sin volverte un fariseo en el intento)

No soy el más indicado para escribir un artículo sobre “cómo ser santo.” Por gracia de Dios, Él me ha rodeado de personas espirituales que persiguen la santidad y me animan cada día a crecer en semejanza a Jesús. Y es, en parte, del aprendizaje de estar cerca de estas personas que comparte este artículo.

La santidad es un tema recurrente en la biblia. El libro de Levítico, con todo y sus pasajes difíciles de entender para una audiencia moderna, expresa la idea general que un Dios santo no acepta cualquier tipo de sacrificio. El profeta Isaías llama a Dios como el Santo de Israel (Isaías 43:3) e invoca diciendo que Él es tres veces santo (Isaías 6:3). Y porque Dios es santo, Él desea que nosotros, sus hijos, seamos santos también (1 Pedro 1:16). Debemos caminar en santidad para glorificar a Dios. De lo contrario, nuestra "santidad" puede ser causa de orgullo.

El orgullo tiene diferentes facetas. Una de ellas es el orgullo intelectual, como resultado de ver al conocimiento como un fin en sí mismo. La otra, es el orgullo espiritual, como resultado de cumplir las disciplinas espirituales como un fin en sí mismo también.

C.S Lewis describe que hay dos categorías de pecados, según él. La primera categoría es el "pecado animal." Son aquellas rebeliones impulsadas por nuestros instintos más bajos. Pecados como la lujuria, la lascivia, las adicciones, etc. Y la segunda categoría es el "pecado espiritual." Pecados como la envidia, los celos y el orgullo, respectivamente. Lewis, en esta categoría, tiene en mente el tipo de arrogancia que acompaña después de orar 3 horas al día o ayunar tres días a la semana.

El resultado de cometer pecados en la primera categoría es la culpabilidad. Porque nuestra consciencia reclama que hicimos mal. Pero, el segundo tipo de pecado es más sutil. Usualmente puede venir, incluso, después de ayunar 3 días a la semana. El orgullo espiritual puede residir en nuestro corazón sin siquiera nosotros darnos cuenta. Es por esto, que según Lewis, en ocasiones una prostituta llena de culpa por haber trabajado una noche entera puede estar más cerca de Dios que un pastor arrogante después de haber predicado un gran sermón.

Aquí hay algunas señales que debes examinar tu corazón en búsqueda de rastros de orgullo espiritual:

1. Cuando te sientes bien al comparar tu desempeño espiritual con el de otros. Dios quiere que vivamos en santidad. Que caminemos en oración. Que busquemos su rostro a través de la meditación en Su Palabra. Con el fin de deleitarnos en Él. Pero si te sientes mejor porque tú oras 4 horas al día en comparación con tu hermano que está luchando por orar 15 minutos diarios entonces necesitas examinar tu corazón.

2. Cuando quieres que un asunto de consciencia sea un dogma para todos. Recuerdo la primera vez que fui a un ayuno congregacional en la iglesia. Nunca antes había ayunado. Sabía que debía hacerlo. Pero, no estaba exactamente seguro de cómo hacerlo. En un tiempo de receso, fui a tomar agua. Una hermana de edad avanzada me quedó viendo con desdén mientras yo me hidrataba. Y me dijo: "¿Usted tiene el valor de ayunar bebiendo agua?" Sin saber que responderle, me quedé callado y después le dije que era mi primera vez ayunando. Ella procedió a explicarme que tomar agua mientras estaba en ayuno desagradaba a Dios y anulaba mi ayuno. Después me di cuenta que la Biblia tiene mucho que decir acerca de porqué ayunar. Pero, es un tanto silenciosa con respecto a cómo hacerlo. Este punto es la diferencia entre la santidad bíblica y el legalismo. Los legalistas son rígidos con otros, pero condescendientes consigo mismo, cuando incumplen asuntos de consciencia. Las personas que caminan en santidad bíblica son rígidos consigo mismo pero condescendientes con otros cuando incumplen estándares de consciencia o preferencia personal. Los legalistas son bulliciosos donde la biblia es silenciosa. Pero, son silenciosos en donde la Biblia es clara.

3. Cuando crees que tu desempeño espiritual es la base para obtener favor de Dios. Algunas semanas obedecer a Dios parece que está a flor de piel. Y es tan natural como respirar. Pero, en otras temporadas obedecer a Dios requiere todo el esfuerzo de cada fibra de tu ser. Una señal de peligro es cuando crees que porque has tenido una buena semana en tu santificación Dios está obligado a actuar como tú quieres. O vas a tener más favor de parte de Dios. Eso, en realidad no es el evangelio. Eso es un sistema de religiosidad. Todas las religiones enseñan que primero debes obedecer para recibir aceptación y favor de parte de Dios. El evangelio es radicalmente diferente porque primero somos aceptados en Cristo y es en respuesta a esa aceptación que nosotros obedecemos con gozo y amor. Aún en nuestros mejores días de caminar en santidad, nuestras buenas obras son como trapos de inmundicia delante de un Dios eminentemente santo. Es por eso que el favor de Dios hacia nosotros es el resultado de la doble imputación. Nuestros pecados imputados a Cristo. Y la justicia de Cristo imputada a nuestra cuenta. ¡Glorioso intercambio! (2 Cor. 5:21). Todas las bendiciones que provienen de la mano de Dios son obras de gracia. No de nuestro mérito. El reclamo jactancioso se disipa cuando nuestros ojos ven la obra de Jesús con claridad.

Esto no significa que es mejor dejar de caminar en santidad sólo porque la tentación de volverse orgullo está presente. Lo que sí significa es que Dios está más interesado en la transformación de nuestro corazón que en la modificación de nuestro comportamiento.

Si hemos detectado que el orgullo ha subido a nuestro corazón como resultado de cumplir con nuestros deberes espirituales debemos comenzar por arrepentirnos. Es interesante notar Jesús fue cálido con pecadores que no se parecían a él. Pero, directo y confrontativo con fariseos legalistas y arrogantes. Aun así, la gracia de Dios puede transformar al hijo pródigo depravado como al hermano mayor religioso (Lucas 15).


Corrijamos, también, el concepto primario que tenemos sobre Jesús. Tu perspectiva sobre Jesús determina tu abordaje a la santidad. Si miras a Jesús primordialmente como un ejemplo a seguir, entonces serás tosco y rígido con aquellos que tropiezan. Pero, Jesús no es sólo nuestro ejemplo a seguir. La humanidad caída no necesita un ejemplo a seguir. Necesita un Redentor. Un segundo Adán (1 Cor. 15:45). Ese es Jesús. El sustituto que vivió la vida que nosotros teníamos que vivir. Y murió la muerte que nosotros teníamos que morir. Sólo cuando ponemos nuestra mirada en él que seremos transformados de gloria en gloria (2 Cor. 3:18). Somos salvos por fe en la gracia de Dios. De la misma manera, que somos santificados por fe en la gracia de Dios.

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-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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