jueves, 8 de octubre de 2015

Un consejo para el predicador joven: Guarda la pluma roja, man



Hace algunos días estaba platicando con una maestra y me explicaba que ahora se considera inapropiado corregir un trabajo en el cuaderno de un niño usando pluma roja. Ella prosiguió a explicarme como eso dañaba la autoestima y disminuía la motivación del infante.

Entre otras cosas, esa plática me concientizó ante el hecho que estoy envejeciendo. Recuerdo cuando en mis tiempos de primaria nadie podía escribir en rojo en el cuaderno. Nadie. Excepto una persona: el profesor. Sólo él o ella podían escribir en rojo. Porque rojo significaba corrección.

Las “técnicas pedagógicas modernas” cada día son más raras. Mis maestras me escribían en rojo siempre y nunca me sentí desmotivado. Es más, yo seguía muy motivado presentando trabajos incompletos. Pero, todos sabíamos que cuando el profesor sacaba la pluma roja, había algo que estaba malo.

Esto es igual con los predicadores. Por alguna razón, los predicadores siempre estamos cargando una pluma roja en nuestra mente. Siempre tratando de corregir todo lo que la persona en el púlpito hizo mal a nuestro juicio.

Esa palabra no se pronuncia de esa manera.

Contó demasiados chistes en el sermón. Con la palabra de Dios no se juega.

No contó ningún chiste en el sermón. Es un pecado predicar de forma aburrida.

Gritó mucho. Estaba demasiado emocionado. Demasiado pentecostal.

Fue bien pausado. No tiene la unción. Para nada pentecostal.

Y la lista sigue. De hecho, un amigo una vez me contó que le daba terror predicar en su iglesia. Porque después que alguien terminaba de predicar y se bajaba del púlpito, el pastor tenía un cuaderno en la mano con todas las palabras que habían sido mal pronunciadas y al final les decía: “Corríjalas.”

Ahora, no estoy diciendo que nadie nos debe corregir. Eso sería insensato. La retroalimentación es clave para crecer como comunicador de la Palabra. Pero, es necesario ser sabio y prudente con respecto a cuándo, cómo y a quien darla.

Cuando yo comencé a predicar, no andaba una pluma roja, sino que cargaba un marcador jumbo permanente color rojo. Una vez un hermano predicó en mi iglesia. Y por casualidad yo había estudiado ese pasaje hace algunos días atrás. 

Después de terminar el servicio, me le acerqué y sin pudor le dije: “Bonito su mensaje. Pero, eso no fue lo que el texto quiso decir. En realidad, la tradición oral judía se refiere a este pasaje como bla, bla, bla…” Esto persona sólo me sonrío amablemente y se fue. Yo quedé atónio. ¿Cómo es posible que despreció mi consejo? ¿Quién se atreve a rechazar la guianza hermenéutica de un muchacho de 17 años?

Usar siempre la pluma roja para corregir el sermón de otro cuando te toca estar escuchando revela más la arrogancia en tu corazón que tu deseo de “defender la verdad del evangelio.

Claro. Pablo defendió con tenacidad la sana doctrina. Y acusó a los falsos maestros. Y nosotros tenemos que hacerlo también. Pero, hay una gran diferencia entre alguien que está en error doctrinal por falta de instrucción y alguien que intencionalmente quiere desviar a las ovejas para edificar su propio imperio. Aprendamos a discernir entre ambas.

Sé lo difícil que puede ser. Más si estás en algún tipo de estudio teológico formal como en un seminario e instituto bíblico. Quieres decirle a todos los que predican en tu iglesia lo equivocado que están y porque deben aprender a usar una verdad central, palabra clave, aliteración y cuanta cosa.

Pero, mira, relájate. No seas el típico seminarista que recién terminó de cursar “Interpretación Bíblica” y “Homilética” y ahora quiere andar por ahí evaluando a todo mundo desde Walter Mercado hasta a Adrián Rogers.  

Tú no eres Charles Spurgeon. Y esas personas a las que tanto quieres corregir en tu iglesia han sido pacientes contigo escuchando decenas de tus sermones inmaduros.

Así que guarda la pluma roja, sé humilde, saca la pluma negra, anota y crece.

Sí, hay contextos específicos para la corregir, como una clase o curso sobre predicación en los que nadie puede escapar a la examinación del estudio, estructuración y entrega del mensaje. Pero, predicar se aprende predicando.

Y si en verdad crees que tu retroalimentación puede ser beneficiosa para la persona que recién predicó. Espera un par de días, invítale un café y trae a conversación el tema con un simple pero auténtico: "Hey, te felicito por haber predicado. Y quiero sugerirte un par de cosas que sé que puedes hacer mejor."

Necesitamos más Aquilas y Priscilas dispuestos a instruir apropiadamente a los Apolos de esta generación.


 Y comenzó [Apolos] a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios. – Hechos 18:26

-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.

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