Si somos sinceros con nosotros mismos vamos a reconocer que
los humanos a veces somos demasiado críticos de lo que está a nuestro
alrededor. Por ejemplo, la selección nacional de fútbol de mi país Honduras
recién acaba de jugar. Y cada vez que eso pasa muchos que jamás han puesto un
pie dentro de un campo de fútbol de pronto se convierten en balones de oro y
asistentes del director técnico. Yo he sido culpable de esto.
Pero, el fútbol
es sólo una de las tantas esferas en las que esto lleva lugar. También ocurre
en otros asuntos.
Pueda ser que algunos no tengan la menor idea de cómo
calentar agua en un microondas en la cocina, pero pueden volverse un Gordon
Ramsay en esteroides cuando prueban un plato que no estaba bien hecho. Al menos
según el paladar de ellos.
A lo mejor algunos no son padres biológicos ni mucho menos
son responsables de la crianza de alguien, pero tienen bastantes opiniones
acerca de cómo los demás padres deben criar a sus hijos.
Tal vez algunos jamás han estado a cargo de nada, nunca. Pero
creen que el presidente y todos los líderes del mundo libre harían bien en
sentarse a escucharles por 15 minutos para corregir todo lo que está mal en
materia de finanzas, educación y seguridad.
Claro, el problema no radica en tener una opinión crítica.
Desarrollar un pensamiento crítico es importante para cada persona sin importar
su credo religioso o afiliación política. Desafortunadamente, son demasiadas
las personas que aprenden qué pensar, pero no aprenden a pensar. Nuestro
aprendizaje no debe limitarse a memorizar información sino también debe incluir
aprender a reflexionar. Habiendo dicho esto, creo que a veces confundimos un
pensamiento crítico con un espíritu crítico. Está bien poseer un pensamiento
crítico. Pero, no está bien ser poseído por un espíritu crítico. Y en más casos
de los que deseamos, muchos con espíritu crítico trasladan su sentido nocivo de
descontento a la iglesia bajo el título auto proclamado de reformador.
Por gracia de Dios, crecí en un hogar cristiano. Asisto a la
iglesia desde que tengo memoria. Si quisiera mostrar mis credenciales,
mencionaría el repertorio de canciones de Francisco Orantes que memoricé en
escuela dominical. O la cantidad de veces que me dormí debajo de las bancas en
el templo. Ahora ya casi no hay bancas en los templos. Pero, las personas que
son lo suficiente viejas como para acordarse cuando habían bancas en los
templos saben a lo que me refiero. O también mencionaría la cantidad de fogatas
en campamentos para jóvenes en los que he estado. O las veces que me he
escondido cuando ha llegado un predicador invitado con don de profecía y
palabra de ciencia.
En fin, las congregaciones de las que he sido parte han
tenido un papel significativo en cada etapa de desarrollo en mi vida. El mundo
relacionado con la iglesia universal tiene un lugar especial en mi corazón.
Pero, a pesar de esto, no pretendo defender algunas prácticas presentes que
están lejos de la idea que Dios tiene acerca de la iglesia en el nuevo
testamento.
Sin embargo, paralelamente a eso, creo que debemos tener cautela hacia la gran
muchedumbre contemporánea de personas que se autoproclaman reformadores. Y bajo
ese título escudan muchas de las continuas granadas que lanzan hacia la
iglesia. A veces pareciera que si alguien quiere tener un espacio en la
farándula cristiana en la actualidad debe construir su nicho con las piedras
que lanzara al cuerpo de Cristo.
Primero que nada, y al riesgo que esto sea tangencial, si en
serio eres un reformador, permite que sean otros quien te asignen ese título.
Es un poco raro y poco creíble cuando eres tú quien te lo asigna.
Y segundo, si en serio quieres causar una reforma en la
iglesia, ya sea que tengas en mente a la iglesia como cuerpo de Cristo
universal o a tu congregación local, el requisito indispensable para reformar
la iglesia es, según el pastor Juan Sánchez, amar la iglesia. Nadie puede
reformar una iglesia que primero no ama.
Porque si intentamos reformar la iglesia sin primero amar la
iglesia terminaremos deformando la iglesia.
Deformamos la iglesia cuando nuestro deseo de
"reformarla" proviene de un amor narcisista que quiere llenar templos
con minions que emulen nuestras opiniones y gustos personales. Si es el caso
contigo, eso no te hace un reformador. Eso te hace un líder egocéntrico e
inseguro. La verdadera reforma ocurre
cuando nuestro deseo por hacer cambios sustanciales dentro de la iglesia
proviene de una convicción profunda de trabajar por ver realidad todo lo que
Dios ha dicho que la Iglesia es y debe hacer.
Antes de reformar la iglesia, primero debemos estar seguros
que nuestro motivo para reformarla es porque la amamos. Y la razón por la que
amamos la iglesia es porque Jesús ama la iglesia. El amor de Jesús hacia la
iglesia no es un concepto vago, abstracto y un tanto nebuloso. La evidencia del
amor de Jesús hacia la iglesia es un madero oliente a sudor y sangre; un par de
manos y pies traspasados por clavos romanos y una tumba vacía.
Y porque Jesús ama la iglesia de manera sacrificial,
nosotros también podemos y debemos hacerlo. Debemos amar la iglesia con sinceridad
y con intensidad. Amamos la iglesia con sinceridad cuando la aceptamos tal cual
es. El teólogo alemán y espía que intentó asesinar a Adolf Hitler, Dietrich
Bonhoeffer, decía que muchos ministros sostienen una visión tan grande de la
iglesia que desean tener que no aman la iglesia que en realidad tienen. Debemos
amar la iglesia en la que Dios nos ha permitido liderar. No la que nosotros
fantaseamos con liderar.
Pero, también debemos amar la iglesia con intensidad. Amamos
la iglesia con intensidad cuando damos nuestra vida para que se convierta en la
radiante novia que espera la venida de su Amado. Amamos la iglesia sinceramente,
con manchas y arrugas. Pero, amamos la
iglesia intensamente. Trabajamos y damos nuestras vidas para que reciba a Su
amado con esplendor, sin manchas y arrugas.
Estoy seguro que, al igual que yo, son muchas las cosas que
te disgustan de la iglesia en la actualidad. Puede que te disgusten las cosas
grandes y malas que ocurren en los lugares más altos dentro de ella. Su aparente intoxicación por el poder político a través de la historia. O la corrupción de cuello blanco que en
ocasiones hay dentro de círculos administrativos.
Tal vez son las cosas pequeñas las que te sacan de casillas.
Como el hecho que el líder de alabanza sea desafinado. O que el pastor cuente
los mismos chistes y las mismas historias en sus sermones.
A lo mejor tu malestar es porque tu iglesia es demasiado
grande y lujosa. O demasiado pequeña y sencilla. Pero, cristiano, si en tu
congregación, Dios y Su Palabra son imperfectamente exaltados, Jesús está ahí.
Jesús está en tu congregación porque Él murió por tu congregación. Está bien si
tienes una lista de las 95 cosas que deben cambiar en tu iglesia. ¿Quieres
reformarla? ¡Excelente! Uno de los lemas en el tiempo de la reforma protestante
en el siglo 16 era SEMPER REFORMANDA, que quiere decir: "Siempre reformando."
Pero, ¿qué tal si antes de reformarla primero intentas amarla? De todos modos,
sólo aquellos que han amado la iglesia profundamente han reformado la iglesia
radicalmente.
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-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por Abba.
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