"Nunca voy a probar el
sushi", le dije a un amigo después de insistirme que comiera el
tradicional platillo japonés. "Sólo son rollos de pescado crudo. ¿Quién en
su sano juicio lo haría? ¡No importa lo trendy o chic que esté, no voy a
comerlo!" Esa era mi postura firme. Antes de haber probado el sushi, claro
está. De más está decir que cambié de opinión después de comer sushi por
primera vez. Ahora, aunque a mi billetera no le parezca tanto, me fascina el
sushi. (Acepto invitaciones. Nos podemos poner de acuerdo en la sección de los
comentarios.)
Al igual que yo, estoy seguro
que hay muchos que han cambiado su opinión sobre varias cosas con el pasar del
tiempo.
Tal vez amabas la soltería. Y
no entendías porque la gente se quería complicar la vida casándose. Pero, ahora
estás casado. Y después de haber visto el ultrasonido de tu hijo(a) quieres
retroceder el tiempo. Para decirle a tu "yo" de hace 5 años atrás que
es un patán. Porque nada se compara con la alegría de saber que Dios te usó
para concebir a un ser humano.
O puede ser que tenías una
postura marcada frente a algunos temas considerados como dilemas éticos. Como
la eutanasia o la pena de muerte. Y después de estudiar y reflexionar al
respecto ahora razonas de manera diferente.
Tener una perspectiva distinta
acerca de un asunto con el pasar del tiempo no es algo inherentemente bueno. O
necesariamente malo. No equivale a un relativismo de convicciones o a un
fundamentalismo extremista. En ocasiones, puede ser una señal de humildad
reconocer que no todo lo que pensabas acerca de algunas problemáticas estaba
acertado.
Habiendo dicho esto, por otro
lado, también pienso que hay algunos cambios de opinión general que pueden ser
grandes y rápidos a la vez. Existen cambios radicales de proporciones épicas.
Como, por ejemplo, el giro de 180 grados que ha dado un gran sector de la
Iglesia evangélica con respecto al tema de la reelección presidencial.
Entiendo que hablar sobre eso
puede causar controversia. Pero, quiero aclarar que no intento discutir si la
reelección presidencial es ética o no. Personas entrenadas en la disciplina
jurídica y además, mucho más inteligentes que yo, han determinado que ese es un
caso juzgado.
Dejando a un lado el hecho que
no todo lo legal es necesariamente moral, mi consternación no recae en decidir
si la reelección es lo mejor para el país o no. Esas conversaciones se dan
mejor en persona. Preferiblemente, con un café en medio. La iglesia es un solo
Cuerpo en Cristo. Pero, eso no implica que todos vamos a pensar de la misma
manera sobre todas las cosas. En especial, lo que concierne a temas en los que
hay un espacio para el desacuerdo saludable.
A pesar de todo, no deja de
ser un tanto bizarro la aparente bipolaridad repentina que un gran sector de la
iglesia evangélica ha evidenciado con respecto a su postura hacia esta temática.
Algunos años atrás, en el 2009 para ser exactos, las plazas y los parques
estaban saturados de personas que querían a un país de paz. El mar de las
camisetas blancas, símbolo de pureza, reclamaba que la Carta Magna de la nación
no fuese reformada. ¡Que atentado querer cambiar los artículos pétreos!
"Amo mi país y por eso defiendo mi constitución" clamaban a unísono.
¿Y quién no?
El presidente de turno,
anunciaban, quería cambiar este país y volverlo un enclave socialista. En donde
las iglesias serían cerradas y se harían parques de diversiones en su lugar.
Las biblias serían quemadas. Suplantadas por "El Manifiesto del Partido
Comunista" de Karl Marx. Los maestros adoctrinarían a los alumnos. Diciéndoles
que cerraran los ojos, pidieran un chocolate y que abrieran los ojos. Sólo para
ver una barra de dulces en su pupitre que decía: "Este chocolate proviene
del comandante en jefe, no del Dios de arriba." Así es como el proyecto de
transformar a Honduras en una nación marxista-leninista tendría lugar. Honduras
sería Bolivariana. Y el gran Chávez, en lugar del Sabio Valle, aparecería en el billete de 100
lempiras. El presidente de aquel entonces era el anticristo. Y la reelección
era un prototipo de la Gran Tribulación.
Pero, algunos años después,
las cosas parecen haber cambiado. Bastante. Al menos según, la óptica de una
parte de la iglesia. La reelección ya no es, tal parece, la gran tribulación.
Sino, el reino milenial. Y el comandante en jefe ya no es el anticristo, sino
un David. Quienes defendían la Constitución guardaron el escudo con el que la
protegieron y ahora sacaron la pluma para editarla. Los artículos que antes
eran pétreos, ahora son moldeables. Las camisas que antes eran blancas, ahora
son beige. Eran los peores tiempos, ahora son los mejores tiempos.
Estamos en una época adecuada
para que el escritor inglés, Charles Dickens, autor de la épica novela "Un
cuento de dos ciudades" resucite para dar a luz a una narrativa que lleve
por título algo como "Un cuento de dos iglesias." Una iglesia a lo
Harvey Dent. Un extraño cuadro clínico que sugiere la presencia de un trastorno
de bipolaridad eclesial.
Pero, tal vez, sobre esto, hay
otro relato que sea pertinente a la actualidad. Como la historia que narra la
Biblia en Números 22 y 23, por ejemplo. La trama gira entorno a un profeta
llamado Balaam, la voz de Dios para el pueblo. Un día un rey llamado Balac le
ofrece dinero al profeta para que maldiga a Israel. El profeta, Balaam, ensilla
su burro decidido a tomar camino. De pronto, el burro se detiene porque ve a un
ángel que impide su paso. Tanto fue el enojo del profeta hacia el burro terco
que le pegó. Tanta fue la frustración del burro hacia el profeta que,
sobrenaturalmente, le reclamó. Ante esto, el ángel que estaba en medio le dio a
Balaam las instrucciones de lo que en realidad tenía que decir una vez
estuviese parado ante el rey.
¿La moraleja? El autor bíblico quiere ilustrar
que nadie puede maldecir lo que Dios bendice. Y si esto es cierto, su corolario
inverso también lo es: nadie puede bendecir lo que Dios maldice. El autor del
libro de Números quiere dar un mensaje claro: la voz profética de Dios hacia una
nación no se condiciona por ofertas de gobernantes. Y si eso es cierto para
aquel entonces, también lo es para ahora.
Es sólo un relato. Y soy sólo
yo pensando, o escribiendo, en voz alta. No condeno, ni apruebo el movimiento
telúrico que ha causado el giro tectónico de la opinión de un sector de la
iglesia hacia el asunto de la reelección. Sólo es algo que encuentro extrañamente
fascinante. A lo mejor es porque estoy demasiado joven e ingenuo. Es probable
que la razón sea que, en buen español, no le entiendo al trámite. O no sé
"como corre el agua." Tal vez es porque soy un simple y
obstinado...burro. Pero, considerando lo que hizo el burro sobre el que iba
montado Balaam, tal vez eso significa que estoy en no tan mala compañía.
-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia.
Hijo eternamente amado por Abba.
Interesante...
ResponderBorrarmmmmm no creo que era loq ue iba hacer Mel...
ResponderBorrarpor otro lado Bipolaridad por favor, maniaco depresivos, mas bien amnesicos diria yo