Siempre me han interesado los deportes. Pero, he sido un
aficionado casi sólo del fútbol. Mi papá suele decir que pude tener un futuro como
futbolista. Pero, claro él es mi papá. Y eso es lo que se supone que los papás
dicen, ¿no es cierto?
Aunque, les seré sincero, por algunos años me la creí. Y
decidí probar mi suerte como jugador inscribiéndome en las pruebas para entrar
al equipo de fútbol del colegio. Tenía un cuerpo modestamente atlético. Y pasé
las pruebas con éxito. El entrenador, después, me dio la noticia que formaba
parte del equipo. No tienen idea de lo extático que me sentía cuando me di
cuenta.
Sólo que había un pequeño detalle: yo era el más pequeño del
equipo. No sólo en edad sino que en estatura también. Y aunque me gustaría decir
que mi falta de calificativos físicos estaba complementada por un desborde
natural de talento, eso no es cierto. Yo no era ninguna promesa para el
deporte. Y el experimentado ojo del entrenador no tardó en darse cuenta de
esto. Verán, no quiero remover recuerdos dolorosos que conscientemente he
enterrado en mi subconsciente, pero sólo diré que la banca y yo nos llevábamos
bien.
Hasta que un día, casi al final del segundo tiempo, el
entrenador gritó: "Luís, vaya a calentar." Me paralicé. No sabía que hacer.
Tenía emociones confusas. Por un lado, sorprendido porque el entrenador me esté
tomando en cuenta. Y por otro, nervioso por temor a hacer el ridículo. Después
del tiempo normal de hacer calistenia, ingresé al campo de juego.
Esta es la parte en la que me gustaría alterar la historia y
decir que mi equipo iba perdiendo y mi entrada al partido fue determinante para
cambiar el marcador de una manera tan legendaria que quedaría registrada en los libros históricos del deporte Rey.
Pero, no fue así. Mi debut fue sin pena ni gloria. O tal
vez, más pena que gloria. Estaba tan emocionado por entrar al campo que una vez
dentro no sabía qué hacer. Mi entrenador lo notó y me llamó aparte para
instruirme: "si no sabe qué hacer, sólo pase la pelota a quien sí sabe hacerlo."
Ese día no hubo goles. No hubo asistencias de mi parte. Y nadie salió diciendo
que habían visto al joven que llevaría a la selección al próximo mundial. Pero,
lo que sí ocurrió es que, por alguna razón, comencé a jugar más seguido. El nerviosismo
se fue disipando. Y la confianza en mí mismo se fue fortaleciendo. Comencé a
notar un comportamiento peculiar. Cuando antes prefería que nadie me pasara la
pelota para no llevar responsabilidad, ahora me enojaba porque no me pasaban la
pelota a mí. Cuando antes prefería pasar la pelota a los que sí sabían que
hacer con ella, ahora levantaba las manos gritando para que los ineptos de mis
compañeros me pasaran el balón a mí. Porque ahora quería que todos los
reflectores y todas las miradas estuvieran puestas en mí. No era un profesional del deporte, pero tenía la actitud como si lo fuera.
De manera curiosa, he notado que esto ocurre no sólo dentro
de un campo de fútbol sino que dentro del campo ministerial
también.
Si tienes algún tiempo de estar sirviendo al Señor a través
de un ministerio en tu iglesia local, quiero hacerte una pregunta: ¿recuerdas
cuando comenzaste? ¿Recuerdas la primera vez que alguien te pidió que
predicaras en un culto de oración porque es el día que menos gente llega y así
hay menos riesgo? ¿Recuerdas cuando te pidieron cantar por primera vez en un
servicio de la iglesia? ¿Recuerdas cuando te preguntaron si estabas dispuesto a
servir en ese ministerio? ¿Recuerdas que casi vomitaste de los nervios antes de
enseñar la palabra en el grupo de crecimiento por primera vez? ¿Recuerdas lo
necesitado y desesperado que estabas al ver que tu repertorio de habilidades
significaba nada ante la ausencia del poder de Dios?
Pero, es posible que, así como yo, un par de partidos
después, un par de congresos después, un par de afiches después, un par de púlpitos
después las cosas hayan cambiado. Y cuando antes tu estrategia era sencilla:
depender de quien sí sabe hacer las cosas y pasarle el balón, ahora parece que
quieres que los reflectores y miradas estén sobre ti.
No estoy haciendo un llamado a continuar caminando en un
tipo de inseguridad que, siendo sincero, es una muestra de arrogancia porque
estás demasiado obsesionado sobre cómo la gente evaluará tu predicación,
enseñanza, cantos, dramas, etc.
Sino, quiero invitarte a seguir caminando en un asombro ante
la realidad del peso de la asignación que Dios soberanamente ha decidido poner
sobre ti. Ese asombro traerá un sentido apropiado de inadecuación personal. Es
decir, sentirás que no eres digno y que no mereces que Dios te haya llamado.
Porque en realidad, así lo es. Dios nos llama por gracia y por misericordia. Por eso, no existe tal cosa como el profesionalismo en el púlpito. Entiendo la intención detrás de querer hacer las cosas con excelencia. Todo lo que se hace para Dios debe ser hecho con excelencia. Pero, por otro lado no hay tal cosa como la gracia profesional, la unción profesional o exorcismo profesional. La obra de enseñanza y predicación siempre será una obra de exaltación expositiva guiada por la soberanía del Espíritu y la veracidad de la Palabra.
Así que puedes tener 30 años de estar ministrando de manera
ininterrumpida en todos los continentes. O puede que la semana pasada haya sido
la primera vez que compartiste un mensaje en tu grupo de crecimiento durante 15
minutos. Cualquiera que sea el caso, tu llamado es por gracia. Así que dale el
balón a quien sabe. Tú no eres quien debe estar bajo el reflector. Tú eres
quien debe sostener el reflector para que la gente vea al Único que vale la pena
contemplar: Jesús.
-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por
Abba.
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