Sesiones alargadas hasta la medianoche; congresistas desapercibidos del micrófono reflejando su educación (o la falta de ella) en televisión nacional; miembros de bancada acusados de traición; periodistas bailando y billetes de cincuenta lempiras volando. La nueva Corte Suprema de Justicia ha sido electa.
Unos vieron el proceso como
fuente de entretenimiento. Las ocurrencias dentro del hemiciclo trajeron una
que otra carcajada a más de una persona.
Otros lo vieron con
indiferencia. “Yo no pierdo mi tiempo. Los
diputados no me dan de comer” me dijo un amigo.
Y aún otros, con vergüenza
ajena. En una tienda, escuché a una señora comentar: “Me da pena decir que soy hondureña cuando veo esos relajos.”
Cualquier que haya sido el
caso, el país ya tiene nuevos magistrados. Pero, esta noticia es vista de
diferentes ángulos.
Una parte de la población lo
ve con fatalismo. Como una confirmación que el presidente Hernández “planea
quedarse cincuenta años.”
Otra parte lo ve con
optimismo. Como una manera de mostrar ante la comunidad internacional que Honduras
es un estado de derecho.
El Cuerpo de Cristo está
compuesto por personas en ambos lados del péndulo político. Desafortunadamente,
es muy usual cometer el error de ver la fe cristiana a través de la realidad
política.
Cuando, al contrario, debemos
reflexionar sobre la política a través de la realidad de la fe cristiana.
Por eso, quiero compartir
contigo tres reflexiones teológicas sobre la elección de la nueva Corte Suprema
de Justicia.
Dios es Justo
El primer homicidio en la historia aparece registrado en el libro de Génesis. Un muchacho llamado Caín decide matar a su hermano Abel. Dios lo confronta y le dice: "¿Por qué has hecho esto? La sangre de tu hermano, que has derramado en la tierra me pido a gritos que yo haga justicia” (Gén. 4:10).
Esto es mucho antes de los
diez mandamientos y la Torá. Con esta historia, estando aún en el amanecer de
la humanidad, Dios está diciendo que Él es justo y no deja que mal permanezca
impune.
La historia de Israel progresa
y las consecuencias del pecado son más evidentes en la vida del pueblo. Dios
habla a través de los profetas. Condena el mal y las diferentes formas de
injusticia. Entre ellas, favorecer al mejor postor.
Por ejemplo, Amos 5:12 dice: “Yo conozco sus muchas maldades y sus pecados
sin fin: oprimen al justo, reciben
soborno y en los tribunales hacen que el pobre pierda su causa."
¿Qué quiere decir esto? En la
antigua Israel los líderes del pueblo se reunían en las puertas de la ciudad
para decidir los casos que la gente les traía. Y en lugar de hacer juicios
justos basados en la verdad, los hombres a los que Amos se refiere aceptaban
sobornos e ignoraban completamente las peticiones justas de los pobres.
En la actualidad, algunos
sectores de la Iglesia se incomodan al hablar sobre el hecho que los crímenes
hacia los pobres y oprimidos permanecen sin castigo. Lo catalogan como
socialismo con tinte religioso. Cuando, en verdad, accionar en favor de la
justicia, hacia los pobres y oprimidos no es marxismo populista. Es simplemente
cristianismo bíblico (Salmo 9:9; Prov. 14:31; Isaías 34:18; Zacarías 7:10;
Santiago 2:6)
El Señor es un Dios justo. Y
Él condena toda forma de injusticia. Entre ellas, recibir sobornos en la corte
para favorecer a los mejores postores que buscan seguir oprimiendo a los
pobres.
El pecado, en todas sus formas, debilita la justicia.
En Génesis 3, el pecado entra al mundo de paz y orden que Dios había creado. Nuestros antepasados Adán y Eva, rechazaron la sumisión hacia un Dios bueno y lleno de amor. Y fueron detrás de la autonomía y autosuficiencia. Esto trajo consigo lo que se conoce como La Caída.
El pecado es, en esencia, desobedecer
a Dios (1 Juan 3:4). Y desde el jardín del Edén, todos nacemos con la tendencia
natural de desobedecer a Dios y rebelarnos en contra de Él (Rom. 5:12).
Esto ha afectado no sólo
nuestra “parte espiritual” sino cada faceta de nuestras vidas. El pecado ha
deformado la manera en como pensamos acerca de Dios. La manera en cómo nos
vemos a nosotros mismos. Y la manera en
como tratamos a los demás. El pecado cauteriza la consciencia y hace que la
persona sea "incapaz de sentir vergüenza de nada" (1 Tim. 4:2). Particularmente,
ha desquebrajado nuestro sentido de justicia.
Por eso, los sistemas
judiciales en los gobiernos, incluyendo gobiernos democráticos, están propensos
a fallar. A pesar de esto, muchos ingenuamente idealizan la democracia.
"La
democracia, en el mejor de los casos," dice D.A Carson, "lo único que hace es garantizar que los
países cambien de presidente sin que haya derramamiento de sangre.”
No debe sorprendernos,
entonces, que todo intento de hacer justicia en este lado de la eternidad sea languidecido
por el pecado.
Debemos entristecernos, pero
no escandalizarnos, ante la realidad que las iniciativas de justicia a veces
fracasan. ¿Por qué? Porque cualquier sistema judicial, por muy coherente y
justo que pretenda ser, estará compuesto por pecadores cuya brújula moral es
incoherente y errónea.
Ahora, esto no implica que la
Iglesia debe quedarse con los brazos cruzados. Nada más viendo como la gente
mala hace daño al país. Es cierto, los sistemas judiciales fallarán. Y es
exactamente por eso que la Iglesia, teniendo el Espíritu y la Palabra, debe ser
un vigilante a favor de la justicia en la nación.
Esto quiere decir que debemos
orar por justicia. Y denunciar y trabajar en contra de la impunidad. Ambas. No
una o la otra. Sino, una y la otra.
Debemos detenernos a
reflexionar, por ejemplo, que según el Centro de Estudios de Impunidad y
Justicia de la Universidad de las Américas Puebla, Honduras está ubicada en el
cuarto lugar de los países con más impunidad en América Latina y el séptimo en
todo el mundo.
En otras palabras, actualmente,
Honduras es un lugar seguro para los malhechores.
Dios instituyó las autoridades
para castigar a los que hacen el mal (Rom. 13:3-4). Cuando las autoridades no
ejecutan este diseño divino se vuelven inefectivas. Y la impunidad se
multiplica. Pues, los malos no temen seguir quebrantando la ley. Por eso, el
pueblo sufre donde la impunidad reina.
La elección de una nueva corte
suprema de justicia sonaba prometedora para gran parte del pueblo hondureño. Sin
embargo, los magistrados que fueron elegidos representan a organizaciones
políticas con miembros implicados en casos de corrupción, como el desfalco
multimillonario del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS).
Por esta razón, es difícil que
la comunidad hondureña esté segura que la nueva corte investigará y sancionará
a sus propios correligionarios.
El pecado individual en el
corazón del hombre y el pecado sistémico en las estructuras sociales pueden
asfixiar, temporalmente, los clamores del pueblo por justicia.
El Supremo Juez Justo tiene la última palabra
Viéndolo sólo desde este
ángulo puede desalentar a cualquiera. Incluso, algunos concluirán que sólo soy
un pesimista antipatriota. Pienso que no es así. Hacemos más daño al país
cuando pretendemos que “el emperador no está desnudo.”
Algunos hermanos en Cristo
mejor prefieren “ver el vaso medio lleno.” O mejor dicho en un lenguaje más
santo: "hablar las cosas que no son como si fuesen.”
En realidad, la mala
comprensión y aplicación de esta frase aislada de Rom. 4:17, cuyo tema central
es el cumplimiento del pacto Abrahámico, ha contribuido a que muchos en el
Cuerpo de Cristo piensen que tener fe es negar lo obvio.
Ciertamente no puede
significar eso. Lo que sí significa, es
que en lugar de negar, podemos enfrentar
la actualidad con una firme confianza en una suprema realidad.
Respectivamente, que Dios es
un juez justo.
El evangelio de Dios no dice: "¿Pecaste? No te preocupes todo está
bien." ¡No! El evangelio nos apunta a la cruz en donde el pecado fue
absorbido y castigado en un sustituto: Jesús (Isaías 53:4-6).
La condena justa de Dios hacia
el pecado y la injusticia toma lugar en la cruz. Él detesta la maldad. Dios es
justo.
Pero, Dios es también
misericordioso. Él envía a su propio Hijo como castigo que satisface la deuda
por el pecado.
Él es "el justo y el que
justifica al que es de la fe de Jesús."-Romanos 3:26.
Dios es justo, el pecado es
castigado. Dios es misericordioso, Él castiga el pecado en Su Hijo.
La justicia del evangelio, a
diferencia de nuestro sistema judicial, no deja impune al pecado. Todos los
pecados son castigados.
Para las personas que han
creído en el evangelio, sus pecados fueron castigados en el Gólgota, en Cristo.
Para las personas que
preservan la impunidad, oprimen al pobre con libertad y no desean arrepentirse,
sus pecados serán castigados en el día del juicio cuando sean enviados al lago
de fuego.
Hermanos, la institucionalidad
jurídica nacional puede estar fallida. Pero, la naturaleza justa de Dios no lo
está. Y eso, más que otra cosa, debe llenarnos de esperanza.
Los jueces terrenales un día
responderán por sus actos ante el Supremo Juez Justo.
Selah.
Selah.
-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia.
Hijo eternamente amado por Abba.
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