lunes, 7 de septiembre de 2015

Aprende a amar el lodo


Hace un algunos años un pastor norteamericano, a quien yo considero un mentor, tuvo una conversación conmigo acerca del ministerio pastoral. 

Él escribió en una hoja las iniciales N.M.N.M. Yo le pregunté qué significaba eso y él me dijo: "No mess. No ministry" (Traducción: Sin complicaciones no hay ministerio) Sí, yo también quedé confundido cuando oí esto.

Yo le pregunté que estaba tratando de decir y él me respondió, "Luís, cuando estaba en el seminario, mi profesor de predicación nos dijo esto: Muchachos, si ustedes piensan que el ministerio pastoral se trata solamente de predicar, están totalmente equivocados. De hecho, quiero que siempre recuerden esto: Sin complicaciones no hay ministerio.  Si no están teniendo complicaciones con las personas que discipulan en su ministerio quiere decir que no están haciendo nada."

Y creo que esto sigue siendo bastante cierto. El ministerio es complicado. Porque el ministerio se trata de personas. Y las personas somos complicadas.

Un predicador cierta vez dijo: "Yo amo predicar. ¡Son las personas las que no soporto!"

Escribo sobre esto porque es común tener la mentalidad ingenua que el proceso de santificación de una persona es como la línea de ensamblaje que Henry Ford usó para producir sus modelos T cada 10 segundos.

Es decir, a veces pensamos que si las personas hacen A + B entonces naturalmente obtendrán C. Si la gente pone esto por obra, entonces serán cristianos radiantes de clase mundial.

Ahora, no tengo nada en contra de los procesos de discipulado y los sistemas de crecimiento espiritual que propician el camino hacia la madurez cristiana, hasta que todos crezcamos en conformidad con la imagen de Jesús.

Esto no es malo,  de hecho la vida cristiana debe estar guiada por principios que vienen de la sabiduría infinita de Dios.

Pero, el problema viene cuando en nuestro trato con las personas tenemos el paradigma de "Si tan sólo...entonces...."

Si tan sólo tu grupo de jóvenes pusiera en práctica lo que tratas de enseñarle, entonces no pasarían por lo que están pasando.

Si tan sólo tus hijos hicieran caso a tus regaños, entonces no estarían en tantos problemas.

Si tan sólo los miembros de tu iglesia hicieran caso a uno de los cincuenta y dos sermones que predicas en el año.

Si tan sólo tus empleados cumplieras tus expectativas, entonces el negocio crecería aún más.

Ahora, ¿por qué esto es un problema? Porque lo que esto hace es generar una frustración dentro de nosotros. Una frustración causada por una mentira: la madurez debe ser un proceso aerodinámico y sin complicaciones.

Pero, si tienes cierto tiempo de trabajar con personas. No sólo en el ámbito pastoral. Sino, en educación, administración de personal, recursos humanos, gestión del talento humano, etc. tienes una corazonada que formar gente no es lo mismo que ensamblar máquinas. Las tornillas y tuercas, por un lado, no se quejan, ni critican, ni chismosean ni mienten. Pero, las personas sí. Y eso lo vuelve complicado.

Por eso, mi consejo, que no necesariamente vale mucho, es que si no te gusta ensuciarte las manos, por favor no entres al ministerio vocacional. No lo digo como quien tiene una vasta experiencia.

Pero, en el tiempo que he tenido la oportunidad de servir al Señor me he dado cuenta que más que la elocuencia, más que el carisma, más que la habilidad de sonar relevante y contextual el Señor anda buscando personas que amen el lodo. 

Que no tengan miedo de ensuciarse las manos en el cuidado de las almas. 

Que no tengan temor de enlodarse la ropa. 

Que no tengan pánico de perder su imagen. Que no teman de renunciar a su comodidad.

Porque liderar personas es lodoso.

Es lodoso cuando alguien te llama en la madrugada porque sus padres están golpeándose.

Es lodoso cuando alguien te dice que no puede servir al Señor porque tiene una adicción con la pornografía.

Es lodoso cuando alguien te confiesa que tiene sentimientos desordenados por alguien que no es su conyugue.

Es lodoso cuando alguien abre su corazón para decirte que le acaban de detectar SIDA y no sabe qué hacer.

Ahora, si esto te incomoda porque eres de las personas que no les gusta que su rutina sea interrumpida. Está bien.

O si te escandalizas cuando alguien te confiesa un pecado, lo entiendo. Entonces vete al desierto a iniciar un monasterio en donde solamente vivas tú y tus gatos. Sigue tu vida con normalidad.

Pero, no te atrevas a decirle a Dios, "Padre, haz conmigo lo que quieras, como quieras, cuando quieras. Soy tuyo." Lo triste es que lo eso muchas veces en realidad significa es, "Señor, por favor haz que mi nombre enaltecido a cosa tuya."

Claro, nadie verbalizaría eso. Pero, esa es la realidad subyacente en muchos casos. Por eso la desilusión es mayor cuando la realidad choca contra la expectativa.

Porque lo más probable es que antes de pasarte a una plataforma, Dios te va a pasar por el lodo para que aprendas a amar a las personas en lugar de amar la atención que puedas recibir de las personas.

A lo mejor dices, "Luís pero tengo miedo de volverme a involucrar mucho con las personas. Tengo miedo que si abro mi corazón las personas me pueden herir."

¿Piensas que te van a herir? ¿Piensas que tu corazón será quebrantado?  Pues, ¡Estás en lo cierto! Pero, mira lo que dijo C.S Lewis en su libro “Los Cuatro Amores”: 

"Amar de cualquier forma significa ser vulnerable. Ama algo y tu corazón será escurrido y posiblemente quebrantado. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto no debes darlo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y lujos pequeños; evita todo enredo. Enciérralo con llave en una caja o en el ataúd de tu egoísmo. Pero, en esa caja, segura, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará. No se quebrantará; se volverá inquebrantable, impenetrable, irredimible. Pues, amar es volverse vulnerable."

Dios quiere que amemos el lodo porque Él ama el lodo. Me encanta la imagen de Isaías 64:8: "Nosotros somos el barro y Tú el alfarero."

¿Alguien ha visto algún alfarero que después de terminar una hermosa jarra haya quedado rechinante de limpio? ¡Claro que no! Si hubo alguien que amó el lodo fue Jesús. 

Quien teniendo todo de su lado para no perder su comodidad por un puñado de gente rebelde y desleal, decidió no sólo ensuciarse las manos, sino dejarse clavar las manos a un madero a una cruz.


Así que, amemos el lodo. Es decir, amemos a las personas cuando menos lo merecen, porque es ahí cuando más lo necesitan.

-Luís Luna Jr.

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