Unos días atrás, mi equipo de líderes en la iglesia y yo
hicimos una especie de ejercicio espiritual. Si es que se le puede llamar así. Pues,
en realidad no fue algo innovador o fuera de serie. Simplemente, nos
preguntamos dos cosas con el fin de reflexionar cerca del fin de año. La
primera pregunta fue: ¿Qué metas personales nos propusimos al inicio de año,
que por alguna razón, no se dieron? Y la segunda: ¿cómo contribuimos nosotros a
este resultado?
Las respuestas fueron variadas. En especial, porque las
preguntas no se limitaban a las "cosas espirituales" sino a la vida
en general. Algunos quisieron aprender a ejecutar un instrumento, pero no se
pudo. Otros mencionaron que querían viajar, pero tampoco se pudo. Alguien
incluso dijo que este año quería ser papá, pero su esposa perdió el bebé. Ese
fue, sin duda alguna, el "no se pudo" más doloroso.
Comienzo fresco y reflexión continua
La mayoría de nosotros comenzamos el año con iniciativas
frescas. Con deseos de cambiar nuestras vidas. La víspera de año nuevo siempre
es un tiempo favorable para dar lugar a cambios. O al menos de hacer el
intento. Por eso, las dietas se vuelven populares y los dueños de gimnasio
hacen mucha plata en enero. Muchos incluso quieren que el año termine pronto.
Porque el que viene, sin duda, será "mejor." Según como se entienda
"mejor."
Pero, si somos honestos, muchos de nuestros deseos al
iniciar el 2016 no se cumplieron. Por cualquiera que sea la razón. En algunos
casos, los factores externos pudieron haber tenido mucho que ver. Ya sea cosas
como la economía nacional o tendencias globales que están más allá de nuestro
círculo de control.
Pero, también, si queremos crecer, de verdad, es importante
reconocer que algunas veces, nosotros fuimos los responsables de porqué las
cosas no se cumplieron. A lo mejor hay muchas cosas malas que hicimos. O muchas
cosas buenas que dejamos de hacer.
Cualquiera que sea el caso, es importante que encontremos
un tiempo y espacio, en estas fechas, para sentarnos a reflexionar. Esto no
siempre es fácil. Muchos viven intencionalmente huyendo de tiempos así. Temen
meditar sobre lo que hacen porque quieren seguir bajo la falsa ilusión de qué
estar ocupado significa ser productivo. En lo personal, conozco demasiadas
personas que tienen una fascinación con hacerles ver a todo mundo que pasan
bien ocupados. Porque así engañan a muchos haciéndoles creer que en realidad
están haciendo algo sólo porque andan “de aquí para allá.”
El peligro de
reflexionar
Con todo y esto, meditar en el logro de nuestras metas a
veces puede ser peligroso. Pues, por lo general, una de dos cosas usualmente
ocurre en nuestros corazones que tanto necesitan de la gracia santificadora de
Dios.
En primer lugar, si hemos alcanzado lo que nos propusimos,
es difícil evitar que el orgullo toque la puerta de nuestra alma. Siendo la
arrogancia algo tan sutíl, a veces, es complicado identificar su multiforme
manifestación. Y nos podemos volver más arrogantes al compararnos con personas
que hacen lo mismo que nosotros, pero que tuvieron un muy mal año. La
comparación es siempre tóxica. Y puede envenenar nuestro espíritu si
continuamente nos ponemos al lado de quienes consideramos como "menos
exitosos."
Pero, lo contrario también es igualmente peligroso. Si
después de examinar nuestros resultados, nos damos cuenta que no hemos logrado,
básicamente, "nada" entonces nos hundiremos en las arenas movedizas
de la desesperación. Poco a poco. Y la frustración será mayor si piensas más en
cómo tu pequeño negocio vendió en comparación con la gran empresa, de tu mismo rubro, en la ciudad.
Está bien sentarnos a reflexionar sobre lo que hicimos. O
mejor dicho, sobre lo que quisimos hacer, pero no pudimos. Pero, la única
manera de hacer esto sin que nuestro corazón caiga en el orgullo o en la
desesperación es recordando no sólo lo que hemos hecho, o lo que quisimos haber
hecho, sino lo que Jesús, por nosotros, ha hecho.
Sin importar cuan bien nos haya ido, debemos recordar que
nuestra relación con el Padre no está determinada por nuestros buenos logros.
Sino por mera gracia.
Al igual que debemos recordar, que sin importar los
fracasos que hayamos tenido, nuestro caminar con Dios no está definido por las
desilusiones que pasamos. Sino por mera gracia.
Está bien que reflexionemos sobre lo que hicimos o no
hicimos para Dios. Pero, mayor es nuestro deber, y deleite, de considerar lo
que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.
Está bien que hagamos un análisis de las cosas que hicimos
o dejamos de hacer por Jesús; pero, mayor que eso es tener presente que la vida
cristiana no se trata de hacer algo por Jesús, sino de hacer todo con Jesús.
Pues, lo paradójico del evangelio es que entre más
reflexionamos sobre lo que Dios ha hecho por nosotros, más se enciende nuestro
corazón para hacer cosas por Él.
-Luís Luna Jr.
Pecador rescatado por gracia. Hijo eternamente amado por
Abba.
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